La Presentación del Señor en el Templo y La Purificación de la Virgen María

Autor:

 

María, la Inmaculada Concepción, la llena de gracia, Virgen y Madre por obra del Espíritu Santo, que no necesita de purificación, da ejemplo de obediencia a lo ordenado por la ley de Moisés. La Virgen María ratifica su entrega, como esclava, a la voluntad de Dios. Ella, con su palabra y con su ejemplo, nos pide obedien­cia a la voluntad de Dios. Ella nos invita al cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios.

La Virgen María aparece unida a la Misión del Hijo. Es la Corredentora al servicio del Redentor. En efecto, Simeón, impulsado por el Espíritu Santo, tomó al Niño entre los brazos y, dando gracias a Dios, dijo a María: "... y a ti una espada de dolor te traspasará el alma". Es el precio de la Maternidad espiritual de María. María es nuestra Madre. Somos hijos de María al precio de su dolor corredentor. María sufre con los dolores del Hijo y sufre por nuestro pecado que causa los dolores del Hijo.

¡Madre de Dios y Madre nuestra!. No te canses -una madre no se cansa nunca- de interceder por nosotros. Nos envuelve la cultura del pecado y de la muerte, del error y de la confusión. Falta amor, fidelidad, unidad, paz. Nos sentimos como acobardados. Seguimos necesitando el perdón y la gracia de tu Hijo Jesucristo. Que tu mano de Madre abra nuestros corazones a la vida de la gracia que Cristo nos ofrece. 

¡Madre de Dios y Madre nuestra, Señora del Rosario!. Cuando te contemplamos con Cristo entre tus brazos en el templo, nos llenamos de esperanza porque sabemos que nosotros -miembros de Cristo- también estamos entre tus brazos. Te confiamos y consagramos nuestras vidas: guárdanos al calor de tu corazón para siempre.

Fuente: cofradiarosario.net