La Visitación de la Virgen María 

 

Fr. Valerio Maccagnan, O.S.M. 

En la Visitación, María nos enseña a ser siempre emprendedores y valientes cuando se juega la verdad de Dios, la verdad del Evangelio, la felicidad verdadera de los demás. De Nazaret María va a una ciudad de Judá, mejor dicho a un pueblo, Ain Karim, distante seis kilómetros al oeste de Jerusalén. Fueron tres o cuatro días de peregrinación; alrededor de 150 km. En el relato evangélico se mezcla la ternura del encuentro familiar entre dos primas, dos madres: una, del Precursor, Juan Bautista; la otra, de Cristo Salvador. Las dos experimentan las obras grandes de Dios en su vida y en su misión. María es la Virgen servicial, la que no duda en abrirse a los demás para compartir sus alegrías y sus dolores. La Servidora del Señor (Lc 1, 38), se hace Servidora de la Palabra, Servidora del Reino, Servidora de sus semejantes. No hay separación entre entrega a Dios y compromiso con los hermanos.

El mandamiento del amor encuentra en María una vivencia preclara: el amor a Dios es fuente del amor al prójimo, sello este último de autenticidad (1Jn 4, 20-21). La Maternidad Divina y salvífica de María hacia Cristo, se vuelve en maternidad espiritual hacia nosotros. Como educadora de fe, con servicio y amor materno, Ella va tejiendo «en los hijos los rasgos espirituales del Hijo Primogénito» (MC, n. 57). Maternal intercesión y presencia de la Virgen que nos llena de gozo y esperanza como en la visita a la casa de Zacarías y a todos los habitantes de aquel pueblito sureño. Este servicio, prestado con naturalidad y sencillez, se transforma en canal de gracia divina. La Virgen servicial y evangelizadora, no permanece pasiva y silenciosa en Nazaret, no se encierra en su intimidad, no esconde su secreto y su tesoro que es Jesús, sino que le urge transmitirlo y donarlo a los demás, puesto que Él es el Autor de la Gracia.

El saludo mesiánico: “shalom”

Este aguinaldo de Dios, Jesús, no lo retiene para sí, sino que lo comunica con generosidad, con fe espléndida y amor universal. Lo contemplado en el encuentro personal con Dios se vuelve en Ella mensaje fecundo e irradiación de salvación. El saludo que María brinda a su prima, con toda probabilidad fue «shalom»: la paz sea contigo. Un saludo mesiánico que hace saltar de gozo a Juan Bautista en el seno de su madre. Todo el ambiente está envuelto de alegría mesiánica: la alegría y la acción del Espíritu Santo, el gozo de la misericordia y la fidelidad del Dios de la Alianza. Hay un clima de fiesta en el encuentro, sorpresa por la visita y admiración por las grandezas Divinas. Isabel alaba a María como Madre del Señor y como primera creyente.

San Agustín dice que la Virgen primero generó a Cristo en su fe y en su corazón y después en su seno. El Espíritu no encuentra barreras en estas mujeres llenas de fe, y obra con plenitud en ellas, santificando también la experiencia más hermosa de sus vidas: la Maternidad.

La Visitación es un evento eclesial, porque es la primera manifestación del Mesías. Cuando el Evangelio no es todavía palabra pública dirigida a todos los hombres, ya es mensaje acogido por María y hecho carne en Ella. El Verbo está encerrado en su seno, en la debilidad de un Niño que apenas empieza a existir. Pero ya es operante en su vida y desde ella obra la santificación de una familia, transformándose en Buena Noticia.

La Vida, escondida en sus entrañas, ya es realidad transformadora de los corazones de los hombres. Por eso María es la primera portadora del Evangelio y de Cristo. «No se puede hablar de Iglesia si no está presente María. Se trata de una presencia femenina, que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, de amor y respeto a la vida» (Documento de Puebla, DP, n. 291). «El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene por madre a la Madre de Dios» (DP, n. 285). «Mientras peregrinamos, María será educadora de fe» (LG, n. 63). Cuida que el Evangelio nos penetre, conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad» (DP, n. 290). «Sin María el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista» (DP, n. 301).

María es Modelo misionero

En el acontecimiento de la Visitación, María ayuda a la Iglesia a tomar conciencia de su vocación misionera. En Ella se realiza la profecía de Isaías: «Qué bellos son sobre los montes los pies del mensajero que trae buenas noticias... que anuncia la salvación, que dice a Sión: Reina tu Dios» (Is 52, 7). La visita de María es presagio de la Iglesia proyectada por el Espíritu hacia el anuncio misionero. María nos recuerda que el apostolado no es sólo mensaje evangélico, sino que tiende especialmente a la regeneración espiritual de los hombres. La evangelización es una obra materna para que los hombres nazcan a la vida de la gracia, en Cristo. María es Madre por excelencia, rostro materno de Dios, por eso el Concilio Vaticano II la propone como Modelo misionero cuando afirma: «También la Iglesia en su labor apostólica se fija con razón en Aquella que engendró a Cristo... La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres (LG, n. 65).

«El amor operante de la Virgen de Nazaret, en la casa de Isabel, en Caná, en el Gólgota -momentos todos salvíficos de amplia proyección eclesial-, encuentra coherente continuidad en el anhelo maternal de la Iglesia, a fin de que todos los hombres lleguen al conocimiento de la Verdad (1Tim 2, 4), en su preocupación por los humildes, los pobres, los débiles... para que todos los hombres tengan parte en la salvación de Cristo» (MC, n. 28).

Un día de diciembre de 1531, María visitó a México, apareciendo en la colina del Tepeyac, pidiendo al indígena Juan Diego un templo, hoy Santuario Mariano de Guadalupe, el más frecuentado del mundo por millones de peregrinos. La Virgen sigue visitando a sus hijos, en el templo, en el hogar, en la parroquia, en el barrio, en la comunidad. En su encuentro nos pide ser templos vivos del Espíritu, anunciar a Cristo y su Evangelio a todos los hombres, para formar un solo pueblo de Dios, la Iglesia. La Virgen de la Visitación, caminando con nosotros, va pidiendo a todos los cristianos que sepan sembrar en toda la tierra gestos de amor.

Fuente: Semanario, Arquidiocesano de Guadalajara, México