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Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María
Fray
Nelson Medina O.P.
1.
Feliz la que ha creído
1.1
En este día de la visita de Nuestra Señora a su prima Isabel,
escuchemos hoy con particular amor una meditación que nos ofrece
el Papa Juan Pablo II en su Encíclica “Redemptoris Mater”, en
los números 12 y 19, aunque la numeración aquí propuesta es
nuestra.
1.2
Poco después de la narración de la anunciación, el evangelista
Lucas nos guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia
“una ciudad de Judá” (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta
ciudad debería ser la actual Ain-Karim, situada entre las montañas,
no distante de Jerusalén. María llegó allí “con prontitud”
para visitar a Isabel su pariente. El motivo de la visita se halla
también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había
nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había
concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios:
“Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su
vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril,
porque ninguna cosa es imposible a Dios” (Lc 1, 36-37). El
mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en
Isabel, para responder a la pregunta de María: “¿Cómo será
esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34). Esto sucederá
precisamente por el “poder del Altísimo”, como y más aún
que en el caso de Isabel.
1.3
Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su
pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y
sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, “llena de Espíritu
Santo”, a su vez saluda a María en alta voz: “Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (cf. Lc 1,
40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría
posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo
del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más
frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía
las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: “¿de donde a mí
que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). Isabel da
testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la
Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio
participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: “saltó
de gozo el niño en su seno” (Lc 1, 44). El niño es el futuro
Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.
1.4
En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin
embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al
final: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Estas
palabras se pueden poner junto al apelativo “llena de gracia”
del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido
mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha
llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo
precisamente porque “ha creído”. La plenitud de gracia,
anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de
María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la
Virgen de Nazaret ha respondido a este don.
2.
Venciendo la desobediencia de Adán
2.1
¡Sí, verdaderamente “feliz la que ha creído”! Estas
palabras, pronunciadas por Isabel después de la anunciación,
[luego] a los pies de la Cruz, parecen resonar con una elocuencia
suprema y se hace penetrante la fuerza contenida en ellas. Desde
la Cruz, es decir, desde el interior mismo del misterio de la
redención, se extiende el radio de acción y se dilata la
perspectiva de aquella bendición de fe. Se remonta “hasta el
comienzo” y, como participación en el sacrificio de Cristo,
nuevo Adán, en cierto sentido, se convierte en el contrapeso de
la desobediencia y de la incredulidad contenidas en el pecado de
los primeros padres. Así enseñan los Padres de la Iglesia y, de
modo especial, San Ireneo, citado por la Constitución Lumen
gentium: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la
obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la
incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”.
2.2
A la luz de esta comparación con Eva los Padres -como recuerda
todavía el Concilio- llaman a María “Madre de los vivientes”
y afirman a menudo: “la muerte vino por Eva, por María la
vida”.
2.3
Con razón, pues, en la expresión “feliz la que ha creído”
podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima
de María, a la que el ángel ha saludado como “llena de
gracia”. Si como a llena de gracia” ha estado presente
eternamente en el misterio de Cristo, por la fe se convertía en
partícipe en toda la extensión de su itinerario terreno:
“avanzó en la peregrinación de la fe” y al mismo tiempo, de
modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres
el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el
misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así,
mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de
la Madre.
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