La Visitación

Pablo Cardona

 

«Por aquellos días, María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías v saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíri-tu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tan-to bien que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada ti; que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor» (Lucas 1, 39-45)

1º. Madre, cuando el ángel te da la noticia de que Isabel va a tener un niño, marchas «deprisa» a verla. 
Isabel es mayor y seguro que necesi-tará ayuda. 
Nada más llegar te saluda: «bendita tú entre las mujeres», pues ya eres la Madre de Dios. 
Pero esto no te lleva a la soberbia, a creer que los demás han de servirte, sino al contrario: eres «la escla-va del Señor» y ahora lo dejas todo para servir a tu prima en lo que necesite.
«¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?» 
Eres la Madre de Dios, y vienes a servir. 
¿Y yo? 
A veces creo que por la posición que ocupo, por la carrera que hago, por la edad que tengo, lo lógico es que otro se ocupe de las tareas más sen-cillas: barrer, poner la mesa, ir a comprar, hacer un recado. 
Madre, enséñame a servir a los demás como lo hiciste tú con tu prima Isabel.
«Bienaventurada tú que has creído. Por su fe, María vino a ser la madre de todos los creyentes, gracias a la cual todas las nacio-nes (le la tierra reciben a Aquel que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre» (C. I. C.-2676). 
Madre, aumenta mi fe, ayú-dame a creer más y con más fortaleza. 
Tú siempre confiaste en Dios, a pesar de las dificultades que tuviste en Belén, en Nazaret y en la Cruz. 
Podías haber pedido explicaciones a Dios en esos momentos de sufrimiento; sin embargo, fuiste siempre fiel, amaste siempre la voluntad de Dios. 
Que no me queje cuando me cuesten las cosas; que no le eche la culpa a Dios de lo que no sale como esperaba, sino que sepa ofrecer con paciencia aquella dificultad de modo que me sirva para unirme más a El.

2º. «María proclama que la «llamarán bienaventurada todas las generaciones». Humanamente hablando, ¿en qué motivos se apoyaba esta esperanza? ¿Quién era Ella, para los hombres y mujeres de entonces? Las gran des heroínas del Viejo Testamento -Judit, Ester, Débora- consiguieron ya en la tierra una gloria humana, fueron aclamadas por el pueblo, ensalzadas. El trono de Maria, como el de su Hijo, es la Cruz. Y durante el resto de su existencia, hasta que su-bió en cuerpo y alma a los Cielos, es su callada presencia lo que nos impresiona. San Lucas, que la conocía bien, anota que está jun-to a los primeros discípulos, en oración. Así termina sus días terre-nos, la que habría de ser alabada por las criaturas hasta la eterni-dad.
¡Cómo contrasta la esperanza de Nuestra Señora con nuestra impaciencia! Con frecuencia reclamamos a Dios que nos pague en-seguida el poco bien que hemos efectuado. Apenas aflora la prime-ra dificultad, nos quejamos. Somos, muchas veces, incapaces de sostener el esfuerzo, de mantener la esperanza. Porque nos falta fe: «¡bienaventurada tú, que has creído! Porque se cumplirán las cosas que se te han declarado de parte del Señor»» (Amigos de Dios.-286).
Madre, quedan apenas cuatro días para el nacimiento de tu Hijo. 
¿Cómo no tener fe; cómo dejar que se debilite mi esperanza; cómo no volver a vibrar de amor, al considerar que el mismo Dios se hace hombre y viene a visitarme para no dejarme solo, para ayudarme, para que le pueda tratar como a un amigo?
Jesús, vas camino de Belén, en el seno de tu madre. 
Yo también quiero hacer mi camino a Belén: con más oración, con más sacrifi-cio, con más trabajo bien hecho.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

Fuente: Almudi.org