En la Natividad de la Virgen

Padre José Alberto Cánovas Sánchez

 

 

Por todas partes de nuestra geografía comienza una semana de fiestas en honor de la Virgen, precisamente en la conmemoración de su nacimiento. La veneración que le tributamos no es en modo alguno accidental, supérfluo, sino que se enraiza en la formulación y la dinámica de la fe. Decía el P. Cándido Pozo, consultor de la Sagrada Congregación par la Doctrina de la Fe, que la Mariología era la "piedra de contraste" para todas las demás disciplinas teológicas, como la comprobación de la ortodoxa veracidad de cada una de ellas.

  Quién es Jesucristo sólo se entiende desde su verdadera Encarnación en el seno de la Virgen. Sin María toda la omnipotencia de Dios no podría asumir la condición humana, por cuanto si Dios quiere "ser", no solo "aparecer" como hombre, ha de pasar necesariamente por el seno de una mujer. Toda la obra de la salvación, por tanto, (justificación y santificación) dependen ineludiblemente también de ella.

 Evitar todo riesgo de docetismo (la humanidad de Cristo sería sólo apariencia) o subordinacionismo (Cristo es sólo "un" hijo más de Dios, alguien más divinamente cualificado), solo es posible asumiendo la verdadera maternidad divina de María. Me complace pensar que si por ella nos ha venido lo más (la posibilidad de vivir plenamente), tambien lo menos: cualquier gracia que parte de Dios para sus criaturas, por muy sencilla que sea, depende también del "hagase" de la Santísima Virgen.

 Qué es la Iglesia lo sabemos cuando miramos a María: la Iglesia se desconoce a sí  misma y pierde el rumbo y el horizonte cuando deja de mirarse en ella como en un espejo: "la Iglesia, contemplando su arcana santidad, e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha madre", afirma la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Vaticano II. La Iglesia es fecunda y sabe cómo serlo solo cuando aprende de María. Si alejase la mirada de ella, facilmente  dejaría de acompañar a Cristo en su misión, perdería energía misionera, se retraería y no querría ya estar en los Calvarios del mundo engendrando, como ella al pie de la Cruz, una humanidad nueva.

 Qué le cabe esperar al ser humano, lo sabemos cuando la contemplamos hecha ya perfectamente partícipe de la resurreción de su Hijo, transida de la vida divina en cuerpo y alma; cuáles son las exigencias del obrar cristiano, cuál es la respuesta necesaria a la gracia, en ella lo vemos... Cristología, eclesiología, escatología, moral... toda la teología tiene un libro abierto, simple y legible en el Corazón de María.

El pueblo fiel vive intensamente, como no podía ser menos, una presencia inmediata de María como Madre. San Estanislao de Kotska descubría con asombro esta realidad: ¡la Madre de Dios es mi Madre!, solía repetir. No es ya posible estar huérfanos.

Fuente: ucam.edu