«Te subiré a los cielos conmigo»

Andrés Pardo

 

El 15 de agosto se celebraba en Oriente una de las fiestas marianas más antiguas y populares entre los fieles cristianos, en honor de «María, Madre de Dios». A comienzos del siglo VI se convierte, en Palestina y en Siria, en la fiesta de la «Dormición de María»; el emperador Mauricio (582-602) la prescribe para todo el Oriente, y en seguida, en el mismo siglo VI, es acogida por la Iglesia entera. El Sacramentario Gregoriano le da el nombre de «Asunción» de María. Hoy sigue siendo la gran
festividad cristiana en el centro mismo de las vacaciones veraniegas, y no queremos que llegue su fecha sin ofrecerle nuestro homenaje.
Homenaje que se extiende a los grandes santos del mes de agosto. No en vano María es Madre y modelo de todos ellos... y de todos nosotros.
«Alfa y Omega» deja como regalo a sus lectores estas páginas, escritas en los siglos VII y XII, que sin duda ayudarán a saborear el descanso veraniego


Te subiré a los cielos conmigo. Si tú me envolviste en pañales el día que me diste a luz, y me colocaste en un pesebre, y un buey y un asno me protegieron, yo también envolveré tu cuerpo y tu alma con los lienzos celestes que traje conmigo de los cielos, colocaré tu cuerpo bajo el árbol de la vida del paraíso y haré que el querubín te guarde con la espada de fuego. Cubriré tu alma con los manteles extendidos sobre el altar en la Jerusalén celeste. Si tú me tomaste y huíste conmigo a Egipto por temor al impío Herodes que me perseguía, yo haré que los ángeles tomen hoy tu alma y tu cuerpo, te suban a los cielos y permanezcan albándote por siempre. 
Cuando el Salvador dijo estas cosas a su Madre la Virgen, supimos que la llamaba a salir del cuerpo. Entonces todos dimos un grito y lloramos con amargura, y ella también lloró con nosotros.

El Salvador nos dijo: ¿Por qué lloráis?

Respondió Pedro: Señor mío y Dios mío, lloramos por la gran orfandad que va a caer sobre nosotros. Cuando los impíos judíos te crucificaron, estuvimos afligidos durante unos pocos días; después nuestra aflicción se convirtió en alegría, cuando resucitaste de entre los muertos, te nos apareciste y fuimos consolados. Entonces nos reunimos con tu Madre y permanecimos contemplándola como si Tú estuvieses corporalmente con nosotros. Ahora, pues, si te la vas a llevar de entre nosotros, preferimos que nos lleves con ella a que nos sobrevenga esa gran orfandad.

El Salvador dijo a Pedro: ¿No te dije que «no os dejaría huérfanos», y que vendría a vosotros? No os entristezcáis por la partida de mi Madre, pues no la dejaré oculta a vosotros, como tampoco yo he permanecido oculto.

Entonces Pedro y los demás apóstoles dijeron al Salvador: ¿Acaso, Señor y Dios nuestro, acaso no puedes hacer que ella no muera nunca?

Contestó el Salvador: Oh, mis miembros santos, estoy admirado de vosotros por la palabra que habéis pronunciado. ¿Acaso es posible que la palabra que pronunció mi Padre llegue a ser falsa? ¡De ninguna manera! Él declaró sobre todo ser vivo que habría que gustar la muerte. Incluso su Hijo Unigénito, que soy yo, he gustado la muerte por vosotros para libraros de las penas de la muerte.

Entonces la Reina, Madre del Rey de Reyes, se levantó, se puso en medio de los lienzos que el Salvador había extendido con sus propias manos, y, permaneciendo de pie, volvió su rostro hacia oriente, mientras rezaba. Proclamó la oración de los habitantes de los cielos, tal como su Hijo se la había enseñado. Cuando concluyó la oración, dijo el Amén, y todos le respondimos: Amén. Después se echó en medio de los lienzos y se extendió ella sola colocando las manos abiertas en los costados. Entonces el Salvador nos dio una orden, nos pusimos en pie y rezamos.

Y sucedió que a las nueve del día veintiuno del mes de Tobi, la Madre de todos nosotros, la santísima Teótokos María, que había dado a luz a Dios en verdad, cumplió su designio.

Dijo el Salvador: No ha muerto, sino que vive, porque la muerte de mi Madre no es muerte, sino vida.

De Dormición de la Virgen. Relatos de la tradición copta (ed. Ciudad Nueva-Fundación San Justino)

Fuente: Arquidiócesis de Madrid, España