Nuestra Señora de los Dolores

Diócesis de Zacatecas, México

 

La Iglesia Católica ha venerado siempre con singular cariño los siguientes siete dolores de la Virgen.

I. El nacimiento de Jesús en un pobre portal. Otras mamás ven nacer a su hijo en una clínica, o en una casa, en una camita, aunque sea pobre. La Virgen tuvo que ver nacer a su hijo en un pesebre, en una cueva barrida por el viento, en el mísero portal que nuestros pecados le prepararon al Redentor. Ese fue su primer dolor, y con su pobreza aprendió a comprender a todos los que sufren por falta de lo necesario y se conmueve mucho cuando ellos le suplican su ayuda. Siempre viene corriendo en ayuda a las necesidades, porque ella supo lo que es ser pobre y faltarle a uno lo necesario.

II. La presentación en el templo. A los cuarenta días de nacido, presentaron al Niño Jesús en el Templo y el profeta Simeón lo tomó en sus brazos y dijo: “ este niño será causa de división: de salvación para unos y de perdición para otros, y por causa de él, una espada de dolor atravesará tu corazón”. Desde entonces supo María que Jesús sería perseguido, y que a ella le esperaban grandes penas a causa de su hijo. Porque, como dice San Pablo: “Todo el que quiere vivir como lo manda Dios, sufrirá persecuciones.”

III. Huída a Egipto. Cuando los magos fueron a visitar al Niño Dios a Belén, el malva-do rey Herodes les dijo que volvieran a Jerusalén a contarle dónde estaba el Niño, porque él deseaba ir a adorarlo. Los magos, por orden de Dios, no volvieron a donde Herodes, y entonces éste mandó a sus soldados a que mataran a todos los niños menores de dos años; un ángel anunció a José que debían huir antes de que llegaran los asesinos, y así, de noche, huyeron a Egipto.

El viaje a Egipto es algo sumamente duro: son caminos peligrosos, con el miedo de ser alcanzados por la policía, con el sol de 40 grados, sin agua para tomar por el camino; ir a un pueblo desconocido; otro idioma; fuera de la patria, otra religión… la madre de Dios se preparaba con este espantoso sufrimiento para comprender a todos los que tienen la pena de tener que salir de su tierra querida, alejarse de sus familiares, sufrir peligros, desempleo. Por eso la llamamos “Madre Dolorosa”, porque ninguna otra mujer ha sufrido más que ella. Pero tampoco hay mujer que sepa comprender y ayudar mejor a los que sufren.

IV. La pérdida de Jesús en el templo. José, al volver de Jerusalén a Nazaret, pensaba: como Jesús apenas tiene 12 años, seguramente se habrá ido con el grupo de las mujeres. Y María pensaba: Como Jesús ya tiene doce años, seguramente se fue con el grupo de los hombres. Y así, ninguno de los se extrañó de que en el primer día de camino Jesús no estuviera a su lado. Pero esa noche, al encontrar-se, su primera exclamación fue: ¿Y Jesús? ¿No venía contigo? ¡Oh qué noche más terrible y llena de angustia! No podían devolverse todavía porque los caminos estaban llenos de atracadores. Pero al día siguiente corrieron a Jerusalén. María recorre las casas de sus familiares repitiendo las palabras de la Santa Biblia: “Si habéis visto al amado de mi alma, decidme dónde está. Oh, vosotros los que pasáis, mirad y ved si hay dolor como mi dolor”

¡Cuántos pensamientos habrán pasado por su mente angustiada! ¿Lo habrán secuestrado? (¡tantos niños eran secuestrados para luego venderlos como esclavos!) ¿Le habrá sucedido alguna desgracia? ¿Estará Dios disgustado por esto? ¡Y así tres largos y penosos días! María se estaba preparando para poder compadecer a todos los que pasamos angustias, ansiedades, temores y dudas…

V. El encuentro en la Vía Dolorosa. El Viernes Santo, cerca del mediodía, la Virgen está en la plaza, junto al palacio de Pilato, escuchando los resultados de aquel juicio injusto. De pronto oyó que Pilato leía la sentencia que helaba de terror la sangre de los ajusticiados: irás a la cruz. María siente una pena inmensa. Pide a San Juan que la conduzca hacia una de las calles por donde va a pasar el cortejo hacia el calvario. Allí espera a Jesús y pronto lo ve llegar. ¡Oh! Pero ya no es el imponente profeta que predicaba en las montañas. Ahora es una piltrafa de carnes sanguinolentas. La Santa Biblia dice: Ya no parecía un hombre. Uno retiraba la vista del horror al verlo. Tan desfigurado estaba. Y cuenta la tradición que la Virgen se desmayó de la pena.

Por muchos siglos hubo allí una capilla llamada del “Desmayo”, y la gente le explicaba a los turistas: aquí se desmayó la Virgen cuando se encontró con su hijo camino del Calvario. Nuestra Señora: Patrona de las despedidas dolorosas, ruega por nosotros para que en las horas de tristezas y de crueles separaciones, recibamos del Señor toda la fortaleza necesaria para sufrir con valor y por Dios. 

Pero María se repuso de su desmayo. Pidió a San Juan que la acompañara hasta el Calvario y allí se fue porque repetía como Jesús: Padre, si no es posible que pase este cáliz de amargura sin que yo lo beba, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Hágase tu voluntad.

VI. Jesús muere en la Cruz. Ver morir a un hijo es terrible. Pero ver morir al más bueno y amable de todos los hijos, y de una muerte tan cruel, tan injusta, tan inhumana, como la que le dieron a Jesús, es el más grande tormento que un corazón de mujer haya soportado sobre la tierra.



VII. Jesús es bajado de la cruz. La sepultura de Jesús es una de las más pobres que se han presenciado en la historia de la humanidad. Solamente siete personas: tres hombres y cuatro mujeres. María no tuvo para comprarle a su Hijo una sepultura digna, ni siquiera una mortaja. Tuvieron que darle de limosna un sepulcro y unas sábanas. Ella siempre pobre, patrona de los pobres. ¿Quién de nosotros no aprecia la bella estatua de Miguel Ángel llamada La Pietá, donde vemos a La Virgen teniendo en su regazo el cadáver de Jesús? ¡Es impresionante! Pero más impresionante debió de ser su dolor en aquella hora. ¡Mas ella no se desespera! Ella sabe bien que la despedida con los muertos no es definitiva. Ella sabe que la resurrección llegará para todos. Y esa esperanza suaviza su pena.