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En honor de Nuestra Señora de
los Dolores
Autor: Angel
Moreno
“Cristo, en los
días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando
en su angustia fue escuchado”
Si Jesús fue escuchado por su actitud reverente, ¿cómo no va a
ser escuchada María, que se mantuvo fiel, humilde y amorosa en
medio de su humillación, al ser tenida por la madre de un
ajusticiado?
María se ha convertido en la Corredentora. Ella fue escuchada en
Caná de Galilea, cuando les dijo a los sirvientes: “Haced
cualquier cosa que Él os diga”.
María fue escuchada cuando, en su dolor, fue mirada por su Hijo
en la cruz, y la confió al discípulo amado.
María, reunida en oración con los discípulos de Jesús, fue
escuchada, y vino sobre ellos el don del Espíritu Santo.
María se ha convertido en la mejor intercesora. Ha sido
constituida en mediación necesitada por Dios para la
Encarnación. Dios mismo quedó pendiente de las palabras de la
Virgen de Nazaret. Y sólo cuando respondió: “Hágase en mí, según
tu Palabra”, el Espíritu del Señor obró en ella la intervención
más sobrecogedora, convirtiéndola en Madre de Dios.
Si María es nuestra madre, y ve nuestras lágrimas, ¿cómo no va a
escuchar nuestras plegarias? Dice el Evangelio: “Si vosotros,
que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos”, ¿qué
no hará María en favor de los que le piden su protección?
Si María ha experimentado el dolor, y una espada atravesó su
alma, ¿cómo no va a tener compasión de quienes pasan la prueba
del sufrimiento”
La Iglesia la invoca con infinidad de títulos, y en este día la
llama Virgen de las Angustias, de los Dolores, del Gran Dolor,
de los Siete Dolores. Se venera el “Llanto de María”. La
experiencia del sufrimiento hace solidarios: ella es compañera
de todos los que sufren.
Cada noche, en todas las abadías cistercienses, con las luces
apagadas o acaso una candela encendida o un rayo de luz sobre el
rostro de Nuestra Señora, los contemplativos cantan: “Dios te
Salve, Reina y Madre de misericordia, a ti suspiramos, gimiendo
y llorando, en este valle de lágrimas”.
Lo que más me sorprende de la contemplación de esta escena, que
ha recreado la piedad cristiana, es la mediación que supuso
María para consolar a la Humanidad del Verbo en nombre y como
providencia del amor de Dios para su Hijo. De semejante forma,
por voluntad de Jesús, su Madre abraza a quienes se sienten
desfallecer.
Santa María, Nuestra Señora de los Dolores, ruega por nosotros,
en especial por los que son probados y se sienten más solos en
su dolor.
“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,
presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la
muerte, cuando en su angustia fue escuchado”
Si Jesús fue escuchado por su actitud reverente, ¿cómo no va a
ser escuchada María, que se mantuvo fiel, humilde y amorosa en
medio de su humillación, al ser tenida por la madre de un
ajusticiado?
María se ha convertido en la Corredentora. Ella fue escuchada en
Caná de Galilea, cuando les dijo a los sirvientes: “Haced
cualquier cosa que Él os diga”.
María fue escuchada cuando, en su dolor, fue mirada por su Hijo
en la cruz, y la confió al discípulo amado.
María, reunida en oración con los discípulos de Jesús, fue
escuchada, y vino sobre ellos el don del Espíritu Santo.
María se ha convertido en la mejor intercesora. Ha sido
constituida en mediación necesitada por Dios para la
Encarnación. Dios mismo quedó pendiente de las palabras de la
Virgen de Nazaret. Y sólo cuando respondió: “Hágase en mí, según
tu Palabra”, el Espíritu del Señor obró en ella la intervención
más sobrecogedora, convirtiéndola en Madre de Dios.
Si María es nuestra madre, y ve nuestras lágrimas, ¿cómo no va a
escuchar nuestras plegarias? Dice el Evangelio: “Si vosotros,
que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos”, ¿qué
no hará María en favor de los que le piden su protección?
Si María ha experimentado el dolor, y una espada atravesó su
alma, ¿cómo no va a tener compasión de quienes pasan la prueba
del sufrimiento”
La Iglesia la invoca con infinidad de títulos, y en este día la
llama Virgen de las Angustias, de los Dolores, del Gran Dolor,
de los Siete Dolores. Se venera el “Llanto de María”. La
experiencia del sufrimiento hace solidarios: ella es compañera
de todos los que sufren.
Cada noche, en todas las abadías cistercienses, con las luces
apagadas o acaso una candela encendida o un rayo de luz sobre el
rostro de Nuestra Señora, los contemplativos cantan: “Dios te
Salve, Reina y Madre de misericordia, a ti suspiramos, gimiendo
y llorando, en este valle de lágrimas”.
Lo que más me sorprende de la contemplación de esta escena, que
ha recreado la piedad cristiana, es la mediación que supuso
María para consolar a la Humanidad del Verbo en nombre y como
providencia del amor de Dios para su Hijo. De semejante forma,
por voluntad de Jesús, su Madre abraza a quienes se sienten
desfallecer.
Santa María, Nuestra Señora de los Dolores, ruega por nosotros,
en especial por los que son probados y se sienten más solos en
su dolor.
Fuente:
cuidadredonda.org
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