La Virgen María, Reina del Carmelo

Rafael María López Melús, carmelita

 

Una vez más, en el mes de julio, dedicado a la popular advocación de la Virgen María del Carmen, su revista AVE MARÍA quiere dedicar este recuerdo de su especial devoción.
Ya hemos considerado, en años precedentes, a la Virgen del Carmen como Patrona, Madre y Hermana del Carmelo, es decir, de todos aquellos -religiosos y seglares- que forman parte de la Orden especialmente dedicada a su servicio.
La realeza de María, aunque no tanto como la maternidad, también fue celebrada siempre por los carmelitas. Con este título completamos los cuatro nombres más comunes con los que tradicionalmente los carmelitas han llamado a su Madre a través de la historia.
Entre las devociones propias del Carmelo es necesario recordar que una de ellas fue la esclavitud mariana, es decir, venerar a la Virgen María como Señora y Reina, y los carmelitas se consideraban como sus siervos o súbditos.
La Orden del Carmen a través de los tiempos ha venerado a la Santísima Virgen María con diversos y devotos ejercicios de piedad. Entre ellos les era muy querido el del Estelario, que tenía como finalidad venerar las doce estrellas de que estaba adornada su Madre y su Reina.
Los especialistas en historia mariana aseguran que la Santísima Virgen en los siglos X-XII era venerada principalmente como REINA, pero una Reina feudal, con todo lo que esto suponía de deberes del súbdito hacia la Señora y de Ésta hacia él: ayuda, protección, amor, servicio, etc. Por este tiempo nacieron las antífonas Salve Regina y Regina coeli.
En los siglos XVI-XVII cambia totalmente este concepto por influencia de las monarquías absolutistas de la época. Se nota una gran tendencia a la magnificencia, a la ampulosidad, a las exageraciones y a la lejanía de unos a otros. El siervo o esclavo no goza de privilegio alguno. Es en este tiempo cuando nacen las asociaciones de esclavos que tendrán sus dificultades y avisos de la Santa Sede a los que se descarrían.
La Orden del Carmen siempre dio una gran importancia al rezo de la Salve Regina y del Regina coeli, y a lo largo del día los carmelitas las recitaban muchas veces.
En las letanías que traen los breviarios carmelitas desde finales del siglo XVI se añadían invocaciones propias de la Orden y siempre aparece la invocación Madre y Hermosura del Carmelo y casi nunca Reina del Carmelo.
Tanto en las actas de los capítulos provinciales como en los libros devocionales, la invocación comúnmente usada era la de Mater et Decor Carmeli, y raramente la de Regina et Decor Carmeli.
Algo parecido podemos afirmar de las imágenes que traen estos libros. Al pie de las mismas es común la invocación citada: Madre y Hermosura del Carmelo, y rara vez: Reina y Hermosura del Carmelo. Esta segunda forma es más común en las provincias de España y Portugal.
El Vexillum Ordinis o escudo de la Orden siempre trae también el título Madre y Hermosura, no el de Reina. A pesar de ello casi todos los escudos de la Orden terminan con la corona de doce estrellas.
El sentir general de la Orden de los siglos XVII-XVIII es el que manifestaba el fervoroso predicador de la Virgen Andrés Mastelloni, de la provincia de Santa María de la Vida, cuando dice: "María Santísima sólo es invocada por nosotros con el tierno nombre de Madre: Madre y Hermosura del Carmelo". Pensamiento que recalcaba Pedro Tomás de san Francisco: "Madre del Carmelo, así la llamaré mientras viva".
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII suelen varios autores mezclar ambos títulos, el de Madre y el de Reina. Otros le daban indistintamente tanto a María como a los carmelitas los tres nombres más tradicionales. A Ella: Madre, Hermana y Reina, y a ellos: hijos, hermanos y siervos. Así, por ejemplo, Matías de san Juan dice: "Ellos han llevado la condición de hijos, hermanos y siervos... Yo supongo que estos tres nombres o títulos no son incompatibles y se armonizan maravillosamente".
En dos casos, sobre todo, los autores carmelitas usaron con mayor frecuencia el título de Reina: cuando tratan de la esclavitud mariana y cuando dedican sus libros.
No faltaron autores que demostraron abiertamente su oposición a aceptar la esclavitud mariana porque decían que los que llevaban el escapulario eran hijos y no esclavos de María.
Es curioso recordar que el 7 de marzo de 1678, en las regiones ultramontanas, bajo el falso nombre de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, se editó un decreto en el que se trataba de ciertas cadenitas para llevarlas en el brazo o al cuello como signo de que son esclavos de la Santísima Virgen, el escapulario como significación de que son hijos y un cordón a la cintura como signo de fraternidad.
En otro lugar publiqué una lista de los diferentes nombres con los que el Carmelo ha llamado a su Madre a lo largo de los siglos. Entre ellos también aparecen estos dos: Reina del Carmelo y Reina y Madre de los carmelitas. Asimismo otros que tienen casi idéntico significado como: Señora, Patrona, Abogada, Abadesa, etc.
Sería largo traer aquí la lista de los principales autores que han dado a María el título de Reina. En 1956, el P. Ismael Bengoechea (de Sta. Teresita), OCD estudiaba con cariño y competencia este tema en los siglos XVI y XVII y recogía la doctrina de 28 autores carmelitas de ambas Observancias sobre la Realeza de María. Resulta muy interesante cuanto de cada uno de ellos dice. Cómo se manifiestan enamorados cantores de la Virgen María y cómo todos a coro exaltan la realeza y la maternidad de María.
El P. Pablo María Garrido, OC, en el Congreso Internacional Mariológico-mariano celebrado en Zaragoza el año 1970, presentó un precioso estudio sobre la Doctrina y piedad mariana de un fervoroso e interesante cantor de la realeza y maternidad de María, Diego Velázquez, carmelita del siglo XVI, cuya obra es calificada de "formidable" por un estudioso de la literatura mariana de este siglo. Su libro se titula Regina coeli.
No me resisto a traer aquí este párrafo del nacimiento de María, donde ya canta la realeza de esta prodigiosa Niña: "Regocijémonos pues ha nacido nuestra Princesa que ha de tener el cetro que perdió la desobediente Vasthi: esta hermosísima Esther María, y ha de poner la Santísima Trinidad una corona de estrellas sobre aquella bendita cabeza... Fiesta de todos los ángeles y justos, pues ha nacido su reina y princesa, señora del mundo y emperadora del cielo... Y finalmente quiero yo me regocijar y todos los pecadores conmigo en vuestro nacimiento, reina de misericordia, pues nos ha nacido una amparadora, una madre, una abogada santísima, para alcanzar perdón de nuestros pecados..."
Algunas veces, pocas, si las comparamos con el de Madre, los carmelitas llaman Reina a la Virgen María, lo que demuestra que, a pesar de esta tendencia generalizada en la Orden, los religiosos gozaban de libertad para expresar sus particulares sentimientos piadosos.
Sentían especial cariño por llamarla Reina de mi corazón. He aquí algunos ejemplos en los que así invocan a la Virgen:

Ave, María, Madre de los carmelitas, Reina de mi corazón, vida, dulzura y esperanza mía dulcísima.
Ave, María, Dueña de mi corazón, Madre de la vida, dulzura y esperanza mía queridísima.
Señora de nuestros corazones, Madre de la luz de nuestro corazón.
Señora de nuestros corazones.

Aunque, como ya he dicho, no faltaron autores y hechos en el Antiguo Carmelo que demuestran que dieron este título de Reina a la Virgen María, pero fue más común su uso en la rama del Carmelo Teresiano.

RINCÓN POÉTICO

En las fiestas del Carmen un niño o niña, vestido de ángel y dentro de una "alcachofa", suele, en muchas partes, cantar esta hermosa plegaria al final de la solemne procesión:

A la Reina, a la Reina del Carmelo,
en sus alas los querubes,
traspasando blancas nubes,
nuestra ofrenda llevarán.
Para emblema de tu gracia, tu candor y tu pureza,
le fue dada la belleza del Carmelo y del Sarión.
Tu serena frente ciñen, doce estrellas rutilantes,
flores, perlas brillantes, que el Carmelo te ofrendó.
Oh, cuán dulce que es la muerte
del cofrade y del terciario,
tu santo Escapulario, con fe besan al morir,
con fe besan al morir, con fe besan, con fe besan al morir.
Oh, cuán dulce que es la muerte
del cofrade y del terciario,
que tu santo Escapulario con fe besan al morir.
Con la sombra de tu manto nuestras cruces aligeras,
nos libras de las fieras y asechanzas de Satán.
Oh, cuán dulce...