Santa María la Mayor, una basílica romana para el pueblo de Dios 

Padre Henri Derrien

 

Entre las cuatro basílicas patriarcales de Roma: San Juan de Letrán, San Pedro, y San Pablo Extra Muros, existe una consagrada a la Virgen María: la 4ª por orden de procedencia – que lleva el título de Santa María la Mayor. Es para significar que es la mayor y sin duda el 1er lugar de culto dedicado a María dentro de la cristiandad occidental. Hemos comenzado a honrar a la Virgen mucho antes de la edificación de aquella basílica: en las catacumbas Priscila, se veneraba desde hacía mucho tiempo la imagen de la Virgen dando el pecho al Niño. Debe fechar en los años 200.

El lugar de reunión más antiguo para el culto hacia la Madre de Dios en Roma parece ser Santa María la Mayor. Tal como la vemos hoy, levantada sobre el Esquilin, una de las 7 colinas de la Ciudad eterna, es de verdad un monumento, una basílica, para volver a utilizar una palabra griega que significa “morada real”. Al principio, sólo había una capilla debida a la iniciativa del Papa Libero (352-356), poco después de que Constantino diera libertad de culto a los cristianos y a la Iglesia.

Según una leyenda, la capilla fue edificada después de la caída de la nieve en la colina un 5 de agosto. El Papa hubiera tenido la visión en sueño. De donde la fiesta de Nra. Sra. de las Nieves, celebrada en este día. Esta capilla fue singularmente célebre después de la elección del Papa Dámaso en 366, cuando sus partidarios, y los del antipapa Ursinus, se masacraron mutuamente. Una iglesia es un lugar de paz. Está – a pesar de este incidente deplorable – no será una excepción. En junio de 431, se reunió en Efeso el 3er concilio ecuménico: en medio de la fiesta popular, se proclamó María Madre de Dios. El Papa Sixto no se había desplazado personalmente a este concilio donde le representaron unos legados pontificios. Pero quiso subrayar la importancia que mostraba hacia la asamblea conciliar y al nuevo dogma promulgado; decidió dar a Roma una basílica digna de la que la Iglesia honraba oficialmente como Madre de Dios.

Cosa curiosa y que interesa al más alto nivel el tema que quiere tratar este numero de la revista, en la punta más alta del arco que domina el altar mayor y que está ornado con mosaicos, podemos divisar un círculo – minúsculo en relación con el conjunto – hecho de mosaicos, también, y que parece dar al santuario toda su significación. Este círculo lleva la inscripción latina: “Xyste III, episcopus plebi Dei” que podemos traducir: “Sixto III, obispo para el pueblo de Dios”.

Podemos dar un doble sentido a estas palabras: el obispo de Roma, Sixto III, es el obispo para todo el pueblo de Dios, y da esta Iglesia a este mismo pueblo; la hizo para el pueblo Se necesitó siglos de trabajo, de transformaciones y de renovación para llegar al monumento actual. Es el tipo perfecto de la basílica romana: la casa señorial donde a veces el dueño del lugar invita a su pueblo. La fachada – obra de Ferdinando Fuga, al servicio del Benedicto XIV – es de 1743. Se compone de 3 soportales con su pórtico. Como en San Pedro y enl las otras 2 basílicas patriarcales, la puerta santa, abierta cada 25 años, se encuentra a la izquierda, en la entrada. A la derecha localizamos una estatua de Felipe IV de España (1692), el “rey muy católico”, gran bienhechor del edificio.

En la plaza que la antecede, una columna, tomada a la basílica de Constantino en el forum romano, lleva encima una estatua de la Virgen María. La Iglesia está rematada con un campanario – eso es raro en Roma donde se prefieren las cúpulas –, es la más alta de la iglesias de la ciudad y alcanza los 65 m. Dos capillas barrocas añadidas a partir de 1611 no molestan a la unidad del edificio y permiten rodear el campanario con 2 cúpulas ricamente decoradas en el interior con mosaicos del Renacimiento. Una de estas 2 capillas – a la izquierda a partir de la entrada – se llama capilla Paulina (o Borghèse) porque fue construida por el Papa Pablo V. Allí está su tumba. Allí se encuentra un recuerdo de nuestro tema: es para el “pueblo de Dios”, y en particular para el de Roma que venimos a rezar aquí.

La ornamentación del altar ricamente decorado de lapis-lazuli recuerda este famoso sueño del Papa Libero que vio la nieve en el monte Esquilin un 5 de agosto, y entre 2 columnas, se encuentra in icono que representa a María honrada bajo el título de “Salvación del Pueblo romano”. Según la tradición, la hubiera pintado San Lucas. ¡No lo creáis!

San Lucas era médico y utilizaba otros instrumentos que los pinceles. Se trata de una pintura del siglo XII, hecha a partir de un modelo bizantino del siglo IX. Aunque sea, aquí también la Virgen está allí para “el pueblo de Dios” que viene para invocarla, se lleva y está venerada en fechas precisas. Muchas naciones han trabajado para edificar este tempo del “pueblo de Dios” a la Reina del mundo: los Romanos, al principio, los españoles que la adornaron con el oro arrancado – ¡por desgracia! – en las guerras del la Conquista” a los indios de América del Sur.

Cada día, unos peregrinos de todos los pueblos de la tierra vienen y honran “la Señora de todos los pueblos”, la que dio vida al Salvador del mundo en Belén, en un pesebre evocado por una construcción de madera debajo del altar mayor. Sobre todo, la basílica Santa María la Mayor evoca el concilio de Efeso (431).

Éste concentró en esta ciudad de la edad media a los 200 obispos que contaba la cristiandad que representaban al pueblo de Dios, para fijarle el objeto de su fe en la Madre de Jesús, y decirle que era también la Madre de Dios. Pueblo de Dios restringido en ese momento a las naciones que vivían alrededor del Mediterráneo y del Medio Oriente, y cuyo mensaje iba a extenderse hasta los confines de tierra.

La fe de todo este pueblo simboliza y recuerda la basílica Santa María la Mayor edificada para perpetuar a través de los siglos la definición del concilio de Efeso: “María es verdaderamente la Theotokos, la Madre de Dios”. La finalidad de este artículo no es servir de guía a la visita de la basílica. A lo más hacer observar que tiene un plano de amplias proporciones, que respira armonía y grandeza. La basílica mide 73,40 m. de largo por 34 m. de ancho. La altura de la nave central es de 17,73 m. El ábside, con sus 14 m. de profundidad, está adornado con mosaicos que retrazan la vida de María de Nazaret. A lo largo de la arquitrabe, encima de los pilares, se divisa antes que ver – se necesitaría una escalera móvil para admirarlos – unos mosaicos concentrados en la historia de la humanidad según la Biblia, y presentes arriba desde el siglo V.

La basílica fue llamada al principio “Nra. Sra. del Pesebre” porque los peregrinos de Tierra santa habían traído unos fragmentos de madera que evocan el pesebre donde fue acostado Jesús. Evoca también Belén donde una noche de los nuevos tiempos, los más humildes entre el “pueblo de Dios”, los pastores de los alrededores, fueron llamados a encontrar la que ha presentado en Ámsterdam en 1950, en una aparición ya reconocida, como la “Señora de todos los pueblos”, y cuya imagen con mosaicos domina el ábside de manera fastuosa y real.