si los novios no hubieran invitado a María al desposorio,
a
Cristo solamente,
excluyentes,
ignorada la madre?:
el agua
hubiera seguido siendo agua,
sin vino nadie,
las gargantas
resecas,
las voces roncas, ausente el milagro, trunca la fiesta.
Te diste cuenta
y no te importó que el Hijo preguntara qué había
entre Tú y Él.
Apresuraste los caminos,
y hubo vino mejor,
jolgorio cántara tras cántara;
a los novios les evitaste la
desazón, y a nosotros --lección suprema—
dijiste hacer lo que
indicara Aquél que, a ti obediente,
ordenara llenar las vasijas
con agua
para mostrarlas luego, hechas milagro, al maestresala.
Sin la Señora
la Hora no se hubiera adelantado.
Sin ti
no
hubiera
sucedido
nada.
¿Si al ángel le hubieras vuelto
el rostro
y aferrada al voto
hubieras dicho no,
qué hubiera
hecho el Padre
sin tu sí;
a quién hubiera podido Él acudir,
y cómo realizar aquél sublime plan?
¿Dónde encarnar Su Hijo
sin tu vientre tan puro
sin tu humilde grandeza
sin tu entrega
absoluta,
sin esposa ni madre para el Dios?
¿Qué hacer con el
Calvario reafirmada la muerte,
para qué del Pesebre,
a quién
llamarla bienaventurada por haberLe amamantado
y llevado en el
vientre?
Belén, vacía, sería todavía la más pequeña de todas las
ciudades,
y no hubieran hallado los magos dónde depositar sus
cofres,
y no habría Navidad
ni fecha para recibir los niños
misteriosos regalos;
a un inútil Juan se le habría desvanecido la
voz en el desierto,
muriendo la aburrida muerte de tantos
amodorrados muertos;
cada apóstol hubiese seguido siendo un
pescador:
Mateo se hubiera hundido en la avaricia,
Judas,
perverso, se hubiese tenido que inventar a quién traicionar con la
misma desesperación.
Saulo hubiese seguido siendo Saulo
como
Simón, Simón;
y
tristemente
no habría Sagrarios
donde
rezarLe al Hijo;
ni tendría a quién confesarle mis pecados,
ni sería católico
-- acaso fariseo, no protestante --
ni hijo
de mi Dios.
Que no te ignore, Madre mía,
que te invite a
mis bodas,
que llenes de Su vino mi jornada,
que no proteste,
que no me aparte,
que me fíe de ti,
y que mis labios, te
griten ¡la bienaventurada!
porque en ti la Hora, adelantada,
se abrió el camino que tu sí hizo Cruz,
Señora amada.