Fuiste,
María,
el vehículo escogido por el Padre
para
darnos Su Hijo;
el Dios omnipotente lo dispuso, así lo quiso Su
eternal sabiduría.
En ti se abrió la brecha que nos conduce al
cielo.
No hubo otra ruta,
y ahora que las moradas del Padre
están abiertas,
tú sigues siendo el único e inequívoco camino
que nos conduce al Hijo.
Al que después un día Te lo
devolveríamos de sangres y de espinas
hecho un andrajo,
tú
nos lo diste:
de tu vientre sagrado brotó aquel Niño
por Dios
y para mí formado.
Fuiste
¡eres!
Su Madre;
Y Él, Dios,
el mismo siempre, firme, inmutable,
sigue siendo aquel Hijo
de aquel pesebre y aquél Calvario,
a ti sujeto,
de ti
prendado;
de la inigualable humildad de tu grandeza
enamorado.
Su carne no tuvo otra carne que tu carne,
Su fragilidad no
tuvo más apoyo que tu cuidado;
de ti aprendió en balbuceos a
pronunciarte madre;
y ahora, en Su trono a la diestra del Padre,
lo continúa siendo: ¡tu primogénito!:
Aquel Dios Hijo sigue
teniendo aquella sangre formada de tu sangre;
sigue tomando, Caná
eterno, por cada súplica un mandato.
Ahora, como entonces,
solícito y atento,
descubre al mundo en el reflejo de tus ojos
y lo acaricia con la ternura de tus manos.
¡Se está tan bien
en tu regazo!:
cuando yo Le ofendo y Él siente de la ira justo
reclamo,
yo sé que tú Le aquietas al recordarLe nuestra adopción:
Le dices que me amas,
que soy torpe, no malo,
y me besas muy
quedo,
y me cubres, María con tu manto
y me escondes en él
hasta que Cristo me haya perdonado.
No puede negarte nada el
Cristo
¡ése es mi escudo, mi espada, mi luz,
y la esperanza a
mi angustioso desamparo!
porque una madre no deja de ser madre,
ni el hijo la reniega.
No fuiste madre por un tiempo,
¿¡cómo
dejar de serlo!?:
cuando Él mira Sus manos te recuerda
porque
Sus llagas se hicieron en carne de tu carne,
y el escarlata Le
refulge en la curtida piel que es de tu piel;
y Se siente
orgulloso porque es de tu estirpe,
la del Hijo del hombre, que lo
es de mujer;
cada célula es tuya,
tu mapa genético copiado.
En tus adentros Se encarnó,
y todavía recuerda
aquellos nueve
meses en tu ser arropado.
¿Cómo olvidarlo,
o no sentir que se
Le humedecen las mejillas cuando afligida
Le lloras mi pecado,
suplicas mi perdón,
Le dices que soy hijo también
y que hace
ya mucho
estoy en tu cobijo acurrucado?
Madre María,
hoy vengo a rogarte por aquellos que quieren separarte de tu Hijo,
que quieren despojarte de ese irrenunciable derecho a ser quien
eres,
que no te reconocen como madre, eluden que lo seas;
ni
ser tus hijos, Madre, desean;
muerden su incontenible rabia
contra ti
sin saber que por ellos tú te hiciste Calvario.
A
todos bésanos, protégenos,
a todos recógenos en ese bendito seno
donde albergaste al Dios cuando, ya muerto, Le descolgamos del
madero.
Ellos y yo un día Le subimos,
ellos y yo salvajemente
Le clavamos,
ellos y yo Le descendimos...
entre la Cruz y el
suelo estaba tu regazo;
entre mi Dios y yo están tus brazos, tu
plegaria y tu beso.
No puede de modo alguno separarse ni a aquel
Hijo ni a este hijo, de ti,
¡Oh Virgen!;
es ése nuestro
orgullo, es ése tu derecho: ¡el serlo!:
ni a mí, ni a Él, ni a
ellos
podrán nunca el título de hijos arrancarnos,
ni del tuyo
– ¡ser Madre!-- despojarnos.