Hoy vengo Madre,
Reina,
a traerte mi flor de pétalos extraños
y de extraño color:
no de la forma en que otros pétalos bordan
las flores,
ni de rosados, blancos, ni escarlatas,
ni
exactamente los mismos siempre;
es variable su tono y su forma
diversa,
cambiante aroma,
los conforma ¡oh Madre! mi cariño,
los esculpe y dibuja mi diminuto amor.
Quiero que sea
espléndida, radiosa, deslumbrante
y ofrecértela, Madre,
con
mi beso de hijo pequeño y egoísta,
sediento de tu maternal favor.
¡Si me prestaras, Guadalupana, un trozo de tu manto para hacerla,
la dibujaría de inviernos de rosas encarnadas;
si de Portugal
tu fúlgido rosario
la lograría bucólica, en humildad de
pastorcillos bordado su primor;
si te robara agua de tu gruta
francesa
sería para regarla de rocíos cada mañana, para ti
cultivarla
que crezca delicada, de tu mismo blancor;
si del
Cobre tu amor, la querría amarilla, que huela a Cruz, a Niño, a
Cuba,
a tus montañas!
La dejo ante tus plantas.
Es
flor de cariño sencillo, de forma de mis ansias,
y con ella mi
beso de niño malcriado, de niño loco, de niño tuyo,
de niño que
se desvive por su Madre
y que no tiene
para ofrecerte
sino
ésta
--que tú lograste,
en ti formada--
mi extraña flor.