Encarnaste,
en tu afligido adentro,
los desgajados añicos de
Su Cuerpo;
y aquella noche triste
cuando Él descendía a los
infiernos,
resucitaste, Madre.
Tú fuiste la primera en tomar
de Su entrega:
la primera que fuiste redimida,
la primera en
volver a la vida.
No te habría dejado muerta y desolada el Hijo.
Y al resucitar, resucitada te encontró;
entregada a procrear
los otros hijos
entonces sin Jesús tan desvalidos:
al Pedro
abochornado, a los demás huidos,
asustados, sin el Amigo, torpes
y confundidos,
los encontró contigo.
Repetidas galas
nupciales
¡re-engendrado Místico Cuerpo!
Esposo tan divino.
¡Estás al frente!,
convocas, llamas,
y junto a ti regresan
todos;
eres los ojos, la voz vibrante.
Bendito vientre
en
infinitos hijos multiplicado;
ahora Iglesia,
de ti brotamos.