Oda XXI: A Nuestra Señora

 

Fray Luis de León

 

 

Virgen, que el sol más pura,

gloria de los mortales, luz del cielo,

en quien la piedad es cual la alteza:

los ojos vuelve al suelo

y mira un miserable en cárcel dura,

cercado de tinieblas y tristeza.

Y si mayor bajeza

no conoce, ni igual, juicio humano,

que el estado en que estoy por culpa ajena,

con poderosa mano

quiebra, Reina del cielo, esta cadena.

 

Virgen, en cuyo seno

halló la deidad digno reposo,

do fue el rigor en dulce amor trocado:

si blando al riguroso

volviste, bien podrás volver sereno

un corazón de nubes rodeado.

Descubre el deseado

rostro, que admira el cielo, el suelo adora:

las nubes huirán, lucirá el día;

tu luz, alta Señora,

venza esta ciega y triste noche mía.

 

Virgen y madre junto,

de tu Hacedor dichosa engendradora,

a cuyos pechos floreció la vida:

mira cómo empeora

y crece mí dolor más cada punto;

el odio cunde, la amistad se olvida;

si no es de ti valida

la justicia y verdad, que tú engendraste,

¿adónde hallará seguro amparo?

Y pues madre eres, baste

para contigo el ver mi desamparo.

 

Virgen, del sol vestida,

de luces eternales coronada,

que huellas con divinos pies la Luna;

envidia emponzoñada,

engaño agudo, lengua fementida,

odio crüel, poder sin ley ninguna,

me hacen guerra a una;

pues, contra un tal ejército maldito,

¿cuál pobre y desarmado será parte,

si tu nombre bendito,

María, no se muestra por mi parte?

 

Virgen, por quien vencida

llora su perdición la sierpe fiera,

su daño eterno, su burlado intento;

miran de la ribera

seguras muchas gentes mi caída,

el agua violenta, el flaco aliento:

los unos con contento,

los otros con espanto; el más piadoso

con lástima la inútil voz fatiga;

yo, puesto en ti el lloroso

rostro, cortando voy onda enemiga.

 

Virgen, del Padre Esposa,

dulce Madre del Hijo, templo santo

del inmortal Amor, del hombre escudo:

no veo sino espanto;

si miro la morada, es peligrosa;

si la salida, incierta; el favor mudo,

el enemigo crudo,

desnuda, la verdad, muy proveída

de armas y valedores la mentira.

La miserable vida,

sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

 

Virgen, que al alto ruego

no más humilde sí diste que honesto,

en quien los cielos contemplar desean;

como terrero puesto-

los brazos presos, de los ojos ciego-

a cien flechas estoy que me rodean,

que en herirme se emplean;

siento el dolor, mas no veo la mano;

ni me es dado el huir ni el escudarme.

Quiera tu soberano

Hijo, Madre de amor, por ti librarme.

 

Virgen, lucero amado,

en mar tempestuoso clara guía,

a cuvo santo rayo calla el viento;

mil olas a porfía

hunden en el abismo un desarmado

leño de vela y remo, que sin tiento

el húmedo elemento

corre; la noche carga, el aire truena;

ya por el cielo va, ya el suelo toca;

gime la rota antena;

socorre, antes que emviste en dura roca.

 

Virgen, no enficionada

de la común mancilla y mal primero,

que al humano linaje contamina;

bien sabes que en ti espero

dende mi tierna edad; y, si malvada

fuerza que me venció ha hecho indina

de tu guarda divina

mi vida pecadora, tu clemencia

tanto mostrará más su bien crecido,

cuanto es más la dolencia,

y yo merezco menos ser valido.

 

Virgen, el dolor fiero

añuda ya la lengua, y no consiente

que publique la voz cuanto desea;

mas oye tú al doliente

ánimo, que contino a ti vocea.