De cuan graciosa

y apacible era

la belleza de la Virgen

 

Luis Rosales  

 

 

¡Morena por el sol de la alegría,

mirada por la luz de la promesa,

jardín donde la sangre vuela y pesa;

inmaculada Tú, Virgen María!

 

¿Qué arroyo te ha enseñado la armonía

de tu paso sencillo, qué sorpresa

de vuelo arrepentido y nieve ilesa,

junta tus manos en el alba fría?

 

¿Qué viento turba el momento y lo conmueve?

 

Canta su gozo el alba desposada,

calma su angustia el mar, antiguo y bueno.

 

La Virgen, a mirarle no se atreve,

y el vuelo de su voz arrodillada

canta al Señor, que llora sobre el heno.

 

 

De cómo fué gozoso el Nacimiento

de Dios Nuestro Señor

 

Venid, alba, venid; ved el lucero

de miel, casi morena, que trasmana

un rubor silencioso de milgrana

en copa de granado placentero;

La frente como sal en el estero,

la mano amiga como luz cercana,

y el labio en que despunta la mañana

con sonrisa de almendro tempranero.

 

¡Venid, alba, venid; y el mundo sea

heno que cobra resplandor y brío

en su mirar de alondra transparente,

aurora donde el cielo se recrea,

¡aurora Tú, que fuiste como un río,

y Dios puso la mano en la corriente!

 

 

De cómo estaba la luz,

ensimismada en su creador,

cuando los hombres le adoraron

 

El sueño como un pájaro crecía

de luz a luz borrando la mirada;

tranquila y por los ángeles llevada,

la nieve entre las alas descendía.

 

El cielo deshojaba su alegría,

mira la luz el niño, ensimismada,

con la tímida sangre desatada

del corazón, la Virgen sonreía.

 

Cuando ven los pastores su ventura,

ya era un dosel el vuelo innumerable

sobre el testuz del toro soñoliento;

y perdieron sus ojos la hermosura,

sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,

la luz del corazón sin movimiento.