¡¡Sola!!

 

Adolfo de la Fuente

 

 

De sombras llena la turbada mente,
el ánimo postrado, la energía
del pasado valor hora indolente,
sentada al borde de escarpada vía,

está la Virgen Madre: en su mirada
indeciso vagar muestra su duelo;
morir se siente allí desamparada;
ve la tierra sin luz, opaco el cielo.

Las tinieblas que cercan el espacio
se condensan en su alma ennegrecidas,
y a toda calma su dolor reacio
encona de su pecho las heridas.

¡Sola me encuentro, exclama: sola vivo!
aquél que era mi ser me dejó sola,
aquél de quien mi amor era cautivo
por ingratos sin fe su vida inmola.

¡Cuán horrible visión! ¡La cruz alzada,
de sus brazos pendiente el Cuerpo Santo,
por agudas espinas desgarrada
la frente que era de mi vida encanto!

¡El duro clavo perforando cruento
las dulces manos y los pies benditos
sobre que pesan, por mayor tormento,
los miembros todos, pálidos, marchitos!

¡De aguda lanza por el golpe fiero
hendido muestra el virginal costado
de aquel pecho sin hiel, de amor venero,
por salvar a su grey sacrificado!

¡Un gélido sudor su cuerpo baña
que agitan dolorosas contracciones;
el ardor de la sed quema su entraña
en medio de mortales convulsiones!

Inclina la cabeza sobre el pecho,
la muerte el brillo de sus ojos vela,
y, el lazo de la vida ya deshecho,
al seno de su Padre el alma vuela! 

¡Aun cadáver le arrancan de mis brazos,
en la piedra ahuecada le sepultan,
y, sin ver que de mi alma hacen pedazos,
bajo la losa fúnebre le ocultan!

¡Qué horrible soledad! En vano fijo
mi atribulada mente en la orden santa
que me dijo: «Mujer, he aquí tu hijo,»
débil consuelo tras de pena tanta.

Caída sobre el pecho la alba frente
cual de marchita flor blanca corola,
«¡Pasad, hijos, exclama en voz doliente,
que yo en el mundo me he quedado sola!»