A la Concepción de Nuestra Señora

 

Alberto Lista y Aragón

 

 

Nunc facta est salus. 
¿Cuál desusado canto, lira mía, 
se agita entre tus cuerdas? ¿Vago acaso 
de Helicón fabuloso en las praderas, 
o el fuego inspirador al pecho envía 
la deidad del Parnaso? 
¡Ah! no el falaz ruido 
oigo ya de las ondas lisonjeras: 
no ya el laurel mentido, 
que del Permeso halaga la corriente, 
al sacro vate ceñirá la frente. 

Tú diva madre, que en celeste trono 
de eterno rosicler brillas gloriosa, 
aurora del empíreo, tú me inflama: 
tú del averno el enemigo encono 
domaste victoriosa: 
el triunfo esclarecido 
concédeme cantar. La pura llama, 
que al alumno querido 
se desprendió de Patmos en la arena, 
bañe mi labio en abundante vena. 

Cantaré, oh diva; y el alegre canto 
alegre oirá Sión: las trenzas de oro 
sus bellas hijas ornarán de rosas; 
y ya olvidadas del cautivo llanto, 
tu nombre en dulce coro 
ensalzarán al cielo: 
el himno en sus cavernas sonorosas 
repetirá el Carmelo; 
y despedido de su cima umbría, 
volará al golfo donde muere el día. 

Libre del hierro infame alza la frente 
el hijo de Abrahán, y ve rompido 
el yugo del pesado cautiverio. 
La soberbia señora de occidente, 
que a sus plantas rendido 
vio el orbe silencioso, 
ya a más suave y celestial imperio 
dobla el cuello orgulloso: 
ya nace la salud: cantad, mortales: 
cayó el antiguo solio de los males. 

Y si tal vez de mi enlutada lira 
voló lúgubre el son, cuando al humano 
de Edén perdida lamenté la gloria 
y el justo ardor de la divina ira; 
hora de su tirano 
cantaré salvo al hombre: 
ciñe flores, y ensalza la victoria, 
lira, y el sacro nombre, 
que redobla el bramido y llora eterno 
al rencoroso rey del hondo averno. 

Al rey, que en medio el lago tenebroso 
ya en cadenas de fuego gime atado 
al trono adusto, que erigió el delito: 
deshecha la corona, el cetro odioso 
yace aparte arrojado: 
los ásperos clamores 
feroz repite el escuadrón precito: 
¡ah! en vano: sus furores 
oprime un mar de fuego denegrido, 
y envuelve entre la llama el ronco aullido. 

Su reina en tanto en el sagrado muro 
corona el ángel, y al humilde suelo 
desciende el himno dulce de alegría: 
enajenado mira el rostro puro, 
placer de tierra y cielo, 
el serafín amante: 
y canta en arpa de oro el bello día, 
que el temido semblante, 
en ira y ceño desde Edén velado, 
mostró Jehová a los hombres aplacado. 

¡Cántico eterno de virtud y gloria! 
la gran naturaleza conmovida 
señora de ambos orbes la apellide: 
Jehová se goza en la inmortal victoria 
de su esposa elegida: 
el rostro soberano 
blanda sonrisa entre el fulgor despide; 
y de la augusta mano, 
que siembra en las estrellas lumbre ardiente, 
nace el dorado sol más refulgente. 

¿A quién la inmensa fuerza, que atesora 
tu brazo, revelaste? Esclava muere 
de Adán la prole mísera y culpada: 
culpada sí; mas tu clemencia implora. 
Su humilde ruego hiere 
los ejes diamantinos: 
el rayo apartas de la diestra airada; 
y los ojos divinos, 
do en regalada luz la piedad mana, 
vuelves benigno a la mansión humana. 

Miras del hondo averno nube impura 
ceñirla en torno: el humo ennegrecido, 
que de tu solio la inaccesa lumbre 
ya presumió eclipsar, tizna tu hechura 
el querub forajido 
desploma sobre el hombre 
de su eternal furor la pesadumbre; 
y en tu sagrado nombre, 
que del labio mortal el crimen lanza, 
si en ti no puede, ejerce su venganza. 

De vil metal cabe encendida pira 
se erige ídolo vil; y el padre impío, 
dando sus hijos a la llama ardiente, 
dios lo adora. Ministro de tu ira, 
el tirano sombrío 
se ceba en sangre y lloro, 
y lo aplaude su dios la insana gente: 
brinda en copa de oro 
el impuro placer funesta llama, 
y la torpe Citera dios lo aclama. 

Tú, prole de Jacob, sola tú lloras 
la esclavitud común: flores engaza 
a su dura cadena el mundo ciego: 
feroz Luzbel las sienes vencedoras 
del triste lauro enlaza, 
que le ofrece el humano. 
Lo mira el Dios excelso: en vivo fuego 
arde contra el tirano 
el rostro de Jehová: su voz tonante 
estremece los muros de diamante. 

«¿Y qué», dice, «la gente aborrecida 
al mundo imperará? Del reino umbrío, 
que destinó mi diestra vengadora 
a ser de pena y de maldad guarida, 
bástele el señorío. 
¿Quién fijó al mar herviente 
de arena el valladar? ¿Quién a la aurora 
la senda refulgente, 
cuando al nacer la luz del bello día, 
el empíreo aclamó la gloria mía?» 

«Arroje el cetro injusto: allá abatido 
reine el querub, do en lumbre tenebrosa 
cercado siempre el denegrido trono 
le fue y el triste imperio concedido. 
Cual sierpe venenosa, 
allí ponzoña fiera 
exhale libre su inmortal encono: 
otro señor espera 
del hombre la mansión: tú, alma alegría, 
tú al orbe tornarás: nazca María.» 

Dijo, y nace María: cual cercana 
al claro sol la vespertina estrella, 
brilla apacible entre su luz radiante, 
tal parece del ángel soberana 
la inocente doncella; 
y por las gradas de oro 
al seno de Jehová volando amante, 
la ve el alado coro 
inundar, en sus brazos reclinada, 
de grato ardor la celestial morada. 

Y «¿quién es esta?» cantan: «semejante 
no se vio en el empíreo: su hermosura 
los relucientes cielos enamora: 
alba purpúrea, más que el sol brillante, 
más que la luna pura. 
¿Cuál, gloriosa guerrera, 
alza feliz la frente triunfadora? 
vence, oh diva.» La esfera 
«triunfa, vence,» resuena alborozada: 
«gloria, honor a Jehová: triunfo a su amada!» 

«Triunfa, sí:» dice el Padre soberano, 
con la voz grata que los orbes mueve: 
«humana, mas no esclava, la corona 
de cielo y mundo te ciñó mi mano. 
Ve, y al monstruo conmueve 
de la usurpada silla: 
no temas del veneno, que inficiona 
la tierra, vil mancilla. 
Triunfa, oh pura, del hórrido enemigo 
el poder de mi diestra va contigo.» 

Habló Dios, y del gremio sacrosanto 
vuela la Virgen por el cielo abierto. 
La luz divina, que en sus ojos mora, 
rayos lanza al monarca del quebranto. 
Así del corvo puerto 
rompe nave guerrera 
de los salados mares domadora; 
cortando velera 
el vasto golfo en argentada raya, 
lleva el terror a la enemiga playa. 

De celestiales huestes rodeada 
desciende del empíreo, y la ancha esfera 
con espléndido albor risueña dora: 
del radiante cenit la cumbre alzada 
riega por su carrera 
encendidos rubíes; 
y vertiendo el palacio de la aurora 
sus rosas y alelíes, 
desde el Can a la helada Cinosura 
vuelan aromas de eternal dulzura. 

Se aparta el sol de su encendido cielo, 
y orlando a la alma Virgen, ledo brilla 
en rededor sus luces derramadas. 
Plega la luna el argentado velo, 
y a sus plantas humilla 
las pálidas centellas, 
y del sereno polo desgajadas 
las lumbrosas estrellas, 
tejen sobre el cabello reluciente 
áurea corona a la nevada frente. 

Toca ya el leve viento, y dilatado 
bajo la hermosa planta se enardece. 
Como tal vez en noche tempestosa, 
si noto de la Libia desatado 
los astros oscurece, 
por entre el negro velo 
rompe súbito el alba: ríe gozosa 
la faz del mustio suelo; 
y el euro matinal, regando albores, 
pinta los campos de argentadas flores: 

Calla el silboso viento, herida vaga 
del puro rayo la tiniebla fría, 
y do la Sirte entre las ondas sube, 
busca deshecha la nativa plaga: 
así al brillar María, 
después de Edén al mundo 
primer risa halagó. La impura nube 
que le ciñó el profundo, 
brama, en cárdena luz su seno anega, 
y sobre el patrio averno se replega. 

Ve el querub de su imperio el fin cercano, 
y mayor ira exhala: el aire embiste 
con grito horrendo la tartárea gente. 
¡Ay de la tierra! asciende su tirano: 
y con gemido triste 
retiembla pavorosa: 
¡ay de la mar! sobre su faz ardiente 
se agita estrepitosa 
la tempestad; y horrísona rugiendo, 
responde ronca al avernal estruendo. 

Ya la funesta puerta se estremece, 
y estalla fragorosa: entre humo y trueno 
dragón sañudo, por la dura escama 
vertiendo sangre y roja luz, parece: 
preñados de veneno 
siete cuellos enhiesta: 
arde ceñida de insaciable llama 
cada ominosa cresta; 
y de diez negras astas coronado, 
aterra al hombre atónito y postrado. 

Rompe del negro lago: contra el cielo, 
vibra el monstruo feroz la cola ardiente; 
y en pos teñidas de horrorosa lumbre 
estrellas mil y mil arroja al suelo. 
Así rugiendo herviente 
incendio proceloso, 
rompe del Etna la abrasada cumbre, 
y entre el humo nubloso 
globos de fuego pálido desgaja, 
y de ardido alquitrán los mares cuaja. 

Ya por los vientos sublimado anhela, 
entreabiertas las fauces devorantes, 
buscando presa y lid: cual ominoso 
cometa rojo en el espacio vuela. 
Con ojos llameantes 
la pura Virgen mira: 
y contra el bello rostro, que amoroso 
placer celeste inspira, 
vierte negro caudal, clamando guerra, 
de la ponzoña que infestó la tierra. 

Mas ¡oh! primero nube congelada 
bajo el cerco lunar la faz radiante 
manchara al sol, o en pos la noche fría 
corriera de la aurora nacarada, 
que el virginal semblante, 
dulce esplendor del cielo, 
sintiese de Luzbel la nota impía: 
cae sin fuerza al suelo 
la lava infausta, y por abierta cueva 
al orco patrio su veneno lleva. 

Miguel en tanto armado resplandece 
contra el monstruo, cual súbito en el viento 
de ennegrecida nube brota el rayo. 
«Hijos de Dios,» exclama, (y se estremece 
el tartáreo cimiento) 
«a guerra y triunfo: el querube 
ya fue de nuestras iras triste ensayo: 
hora atrevido sube 
y lid al cielo mueve: lid le demos: 
los triunfos del empíreo renovemos.» 

Dijo, y no así del bronce desatada 
densa nube de balas, ruina y muerte 
lleva al muro enemigo, cual clamando 
victoria al gran Jehová, la hueste alada 
sigue al caudillo fuerte. 
Sus furiosas legiones 
mueve el orco, en sus peñas tremolando 
los negros pabellones. 
Corre los aires pavorosa llama: 
gime alterado el mar y el polo brama. 

Vibra Miguel la fulgurante lanza, 
y grita en voz de trueno: «siente, impío, 
siente mi brazo domador: su rayo 
le confió Jehová, Dios de venganza.» 
Hiere; y cual vuela umbrío 
ante aquilón silboso 
el nublado polar, en vil desmayo, 
rugiendo silencioso 
huye el monstruo a exhalar la acerba pena 
del mar remoto en la desierta arena. 

«Salud, felicidad,» clama natura 
en uno y otro mar. El bóreas frío, 
al descender de la invernal montaña, 
que en hielo eterno riega Cinosura, 
callado el soplo impío 
canta blandos amores: 
«amor» resuena la feliz campaña, 
donde en lecho de flores 
nace cándida el alba, y ante el día 
las dulces auras de su seno envía. 

Todo es placer: entre rosada lumbre 
alegre primavera vierte al mundo 
el Aries rojo del cenit dorado; 
y de Ararat la blanquecida cumbre 
y el Éufrates profundo 
huye el nubloso enero: 
no ya asuela los campos encrespado 
el istro o volga fiero; 
mas tranquilas sus ondas lisonjeras 
besan blando las plácidas riberas. 

Himnos de honor y cantos de victoria 
entona el almo coro: «fue arrojado 
el antiguo dragón; triunfo a María 
cantemos, y a Jehová la eterna gloria. 
¡Cuál fuiste despeñado, 
astro de la mañana, 
del orbe juzgador! Tu fuerza impía 
voló cual niebla vana: 
ya es reino nuestro el usurpado mundo: 
arda en ira y furores el profundo.» 

«¿Quién como tú, Jehová? tu nombre augusto 
¿qué nombre igualará? Dijo el querube: 
en alas de aquilón al escondido 
solio me ensalzaré, do reina injusto. 
Venid, la oscura nube, 
que lo oculta, rompamos: 
y a par de Dios con mando dividido 
el empíreo rijamos. 
Tú, Sabaot, hablaste, y no parecen, 
y al tártaro lanzados enmudecen.» 

«¡El impío! los coros celestiales 
rebeló: de la tierra fraudulento 
destronó la inocencia. Se arrojaron 
al mundo entonces los avernos males. 
Hora el bando sangriento 
devorar preparaban 
la esposa de Jehová. Se disiparon: 
no parece do estaban: 
júbilo y gozo al ángel: paz al suelo: 
confesión de salud al rey del cielo.» 

Así en alegres cánticos resuena 
el coro celestial: habla María: 
pendiente el ángel de su voz suave, 
calla y la mira. El firmamento enfrena 
su escondida armonía. 
El curso presuroso, 
en el viento librada, para el ave: 
y al mundo ya dichoso 
en su amable beldad, noble y sencilla 
la inocencia de Edén más pura brilla. 

Y dice: «huyó el tirano: alzad la frente, 
hijos de bendición: prole escogida, 
el largo lloro enjuga: a ti glorioso 
el rey vendrá de la futura gente. 
Por cuanto el sol despida 
los rayos voladores, 
dominará con cetro poderoso. 
Los últimos furores 
no temáis del querub. Dios ha vencido: 
preparad los caminos a su Ungido.» 

«Descenderá de la inaccesa cumbre, 
do con glorioso pie huella la esfera 
el que del mundo las maldades lava. 
Nace, esperado sol: ya de tu lumbre 
brilla el alba primera: 
al Todopoderoso 
plugo elevar a tanto honor su esclava: 
yo del amor hermoso 
madre elegida soy: cantad, vivientes: 
él de mi seno nacerá a las gentes.» 

«El nombre del cordero sin mancilla, 
naciones, celebrad. Manso cordero, 
tú, de las huestes pérfidas estrago, 
eres león de Israël: tú lo acaudilla. 
Fulmina: el monstruo fiero 
a tus plantas rendido, 
la opresa grey desatarás del lago; 
en tu sangre teñido, 
sangre, que sella el testamento eterno, 
romperás los candados del averno». 

Dice; y cual corren encendidas lumbres, 
que exhaló al aire el sosegado cielo, 
y en los montes se pierden a deshora, 
vuela a ocultarse en las desiertas cumbres, 
que tu florido suelo, 
Palestina, rodean: 
do al Dios inmenso, que Salen adora, 
mil víctimas humean; 
y olor de suavidad en densa nube 
de puro incienso ante su trono sube.