Y bendito el fruto de tu vientre 

 

Aracelis Gallardo

 

 

Era de azul de atardecido cielo
la luz que atravesaba la ventana, 
de pájaro que canta en la enramada 
el aleteo que rozaba el suelo.

Era Gabriel, de Dios el mensajero. 
«Salve», le dijo el ángel a María. 
Y la doncella apenas si entendía 
aquel saludo alado y lisonjero.

«Bendita, tú, entre las mujeres» 
y la voz de Gabriel sonó gozosa. 
María agradeció tantas mercedes

y cerrando sus ojos, pudorosa, 
abrió al Verbo divino y eternal 
el cofre de su seno virginal.