A la Virgen Dolorosa

 

Blanca María Alonso Rodríguez

 

 

¡Qué espada de dolor, Virgen María, 
mirar a Dios, tu hijo, maltratado, 
el verlo con la cruz desamparado! 
¡Qué luz de sufrimiento en negro día! 

¿Se quebró por valor tu sintonía? 
¿Se quebró por temor tu fe y tu calma? 
¿Acaso fue la cruz o bien su alma 
sangrante del dolor que en ella había? 

¡Qué diálogo sin voz, qué mudo llanto 
gimió entre las tinieblas del encuentro: 
torrente de emoción, fúnebre planto! 

Tu fuerza inmaculada, desde dentro, 
roció de firme fe tu triste manto, 
creyendo en tu Jesús, aun siendo muerto.