Virgen de los Dolores

 

Emma-Margarita R.A. -Valdés

 

 

Por amigos y parientes 
llegan a ti las noticias 
portentosas de tu hijo, 
que va haciendo maravillas.
En algunas compareces, 
otras te las comunican. 
Sigues atenta sus éxitos, 
¡cómo la gente le admira!, 
¡cómo le escucha arrobada!,
¡cómo está en su compañía,
aguantando el frío, el hambre,
la sed, la humana fatiga,
pendiente de sus parábolas,
entusiasta, enfebrecida!.
Mas en ti estalla un pavor:
¿cual será su expectativa?.
¿Entenderá su misión,
que a Dios y al hombre concilia? 
¿O quizá exige de Él
un triunfo materialista,
su reinado en este mundo?.
Te sientes triste, afligida, 
pulsa incesante el dolor 
de las futuras heridas 
que padecerá el Ungido, 
según lo escrito en la Biblia:
su persecución, su oprobio,
su tormento, su agonía... 
Y el aroma de las rosas 
se clava en ti como espina. 

Te cuentan que en la montaña 
expuso los requisitos 
para ser considerados 
dignos del Reino ofrecido. 
Que los pobres, los que sufren, 
los puros, los fugitivos, 
los hambrientos, los desnudos, 
los mansos, los oprimidos 
y los misericordiosos, 
tendrán paz y regocijo 
pues hallarán en el cielo 
recompensa a su altruismo. 
Pero aquellos que están hartos, 
los que se burlan, los ricos 
y a los que aplauden los necios, 
les advirtió están malditos 
porque no sienten amor 
al hermano desvalido 
y aborrecen compartir 
los talentos específicos 
que en el seno de su madre,
cuando fueron concebidos, 
recibieron para hacer 
del destierro un paraíso. 
Tú, María, lo expresaste 
en el cántico emotivo 
recitado ante Isabel 
llevando en tu cuerpo al Hijo, 
las palabras del Magníficat, 
resumen de sus principios. 

El gentío, embelesado,
pregona, a diestro y siniestro,
los milagros de Jesús
con enfermos, mudos, ciegos,
leprosos y paralíticos.
El eximio nazareno
también expulsa demonios
y resucita a los muertos.
Obra tan grandes milagros
que está fascinado el pueblo.
Dio de comer, en un monte,
a miles que le siguieron,
con cinco piezas de pan
y dos peces muy pequeños;
sosegó el mar encrespado,
le obedecieron los vientos.
Una noche sus discípulos
sobre el agua andar le vieron,
y una pesca milagrosa
llenó hasta el borde sus cestos.
Él entró en Jerusalén
triunfador, como un guerrero.

Ya predijo Zacarías
que viene el Rey a su reino,
es el justo, el victorioso
obviador del cautiverio;
sale con gozo, con júbilo,
la muchedumbre a su encuentro,
con ramos de olivo y palmas...
¡Todo se estaba cumpliendo!.

Tú, como las buenas madres,
sabes, desde tu retiro,
lo que ocultan, lo que callan
de los pasos de tu hijo:
las curaciones en sábado,
sembradoras de conflictos
entre fieles seguidores
de los preceptos rabínicos;
la amistad con Magdalena,
pecadora en un prostíbulo,
y con la samaritana,
oriunda de un pueblo impío,
a la que se reveló
como el Hijo del Altísimo;
la predicción de la guerra
de los padres con los hijos;
la destrucción del amado
templo del pueblo judío,
que en tres días, solamente,
volvería a construirlo,
y para Jerusalén
anunció el mayor castigo.
Sabes las acusaciones
lanzadas contra tu hijo,
y lees los Libros Santos,
buscas el sutil resquicio
por donde pueda escapar
de ser un reo, un convicto.
¡Ay, Virgen de los dolores!,
tu sufrimiento es continuo.

En tu soledad doliente
recuerdas aquellos días
venturosos, apacibles,
de tu niñez, recogida
en el hogar del Señor,
los ángeles te servían,
meditabas y rezabas
y la púrpura cosías.
Luego el Espíritu Santo
hizo en ti la maravilla
de formar al niño-Dios
en tus entrañas benditas.
Recuerdas cuando en Belén
gozaba con tus caricias,
le adoraban los pastores,
y los reyes, que venían
de unos lejanos países
trayendo oro, incienso y mirra.

Pero muy pronto empezaron
persecuciones y huidas,
tu temor a no ejercer
bien la misión recibida,
desde el suceso angustioso,
en la Pascua israelita,
cuando no hallaste a tu hijo
viajando en la comitiva,
y el abrazo emocionante
de su humana despedida.
¡Cuántos recuerdos conservas
como un tesoro, María!.

Mas a ti, corredentora,
que conoces el secreto,
te entristecen, te amedrentan,
las asechanzas, los celos
de los sumos sacerdotes,
escribas y fariseos,
que falsean sus palabras,
basan en Satán sus hechos,
le incriminan de traidor,
de embaucador, de blasfemo,
y mil trampas le colocan
para cazarle en un yerro.
Pasan rápidas las horas,
se está avecinando el tiempo 
del sacrificio sagrado
que aposentará en el cielo
a las almas desterradas,
condenadas al infierno.
El Hijo será oblación
en el altar del tormento,
la espada se clavará
en tu corazón abierto
por amor a los mortales
y por tu entrega en el templo,
al Creador consagraste 
la blancura de tu cuerpo.
Tú sabes que ya está próxima
la inmolación del cordero.
¡Cómo te duele, María,
el alma herida en tu pecho!