Lleva el peso de sus treinta y tres años

 

Emma-Margarita R.A. -Valdés

 

 

¡Qué estrecho es el paisaje
del hombre en el Calvario!
¡Qué orfandad de luceros
asolan al penado!
El acerbo dolor
traspasa el fino manto
de tu piel destinada
a albergar los naufragios.
Es tu cuerpo, María
celestial Tabernáculo.

Aquellos suaves dedos
de sus cálidas manos,
que tanto acariciaste,
están ensangrentados;
en su húmedo cabello
gotean rojos astros;
el vigor de su imagen
se aproxima al ocaso;
el brillo de su ojos
nublado con presagios,
sus pies itinerantes
hendidos, desollados.

La corona de espinas,
la cruz, los latigazos,
lastiman tus adentros
más fuertes y más trágicos.
Es tu Pasión más honda.
Los ecos más amargos
crecen por tu impotencia,
por tu ansia de evitarlos,
y te duele el amor
y el amigo ultrajado
y las múltiples llagas
de tu Jesús amado.

Tú subes por la cuesta
tras el cordero manso
llevando todo el peso
de sus treinta y tres años,
más largos que la cruz,
más altos que el Calvario.

Te acosan lejanías
que abriga tu regazo,
se clavan los recuerdos
con cada nuevo paso,
los días de su infancia
fustigan tiempos mágicos,
y caen sobre tu espalda,
en voz del populacho,
las soeces blasfemias
y los gritos profanos.

Tú, madre dolorosa,
mantienes en tus ámbitos
candentes sentimientos
que reprimen tus labios,
y emergen viejas lágrimas
abrasando tus párpados.