Virgen del Calvario

 

Gerardo Diego

 

 

Dame tu mano, María, 
la de las tocas moradas; 
clávame tus siete espadas 
en esta carne baldía. 
Quiero ir contigo en la impía 
tarde negra y amarilla. 
Aquí, en mi torpe mejilla, 
quiero ver si se retrata 
esa lividez de plata, 
esa lágrima que brilla. 
  
Déjame que te restañe 
ese llanto cristalino, 
y a la vera del camino 
permite que te acompañe- 
Deja que en lágrimas bañe 
la orla negra de tu manto 
a los pies del árbol santo, 
donde tu fruto se mustia: 
no quiero que sufras tanto. 

Qué lejos, Madre, la cuna 
y tus gozos de Belén: 
No, mi Niño, no. No hay quien 
de mis brazos te desuna. 
Y rayos tibios de luna, 
entre las pajas de miel, 
le acariciaban la piel 
sin despertarle. ¡Qué larga 
es la distancia y qué amarga 
de Jesús muerto a Emmanuel!