Virgen del Rosario 

 

Marcelino Menéndez y Pelayo 

 

 

El altar de la Virgen se ilumina, 
y ante él de hinojos la devota gente 
su plegaria deshoja lentamente 
en la inefable calma vespertina. 

Rítmica, mansa, la oración camina 
con la dulce cadencia persistente 
con que deshace el surtidor la fuente, 
con que la brisa la hojarasca inclina. 

Tú que esta amable devoción supones 
monótona y cansada y no la rezas 
porque siempre repite iguales sones... 

Tú que no entiendes de amores y tristezas: 
¿Qué pobre se cansó de pedir dones, 
qué enamorado de pedir ternezas?.