A Nuestra Señora de Castellanos 

 

José Lamarque de Novoa

 

 

(En el solemne acto de su traslación 
a la iglesia de Chamberí) 

Estrella celestial, cándida y pura,
bella, dulce María,
que del querub acoges en la altura
la grata melodía;

dame que el alma por la Fe inspirada,
con desusado vuelo,
en tu amor sacratísimo abrasada,
se eleve al almo cielo.

Dame que al son de mi inacorde lira
a ti mi voz levante,
y que al fuego cediendo que me inspira
tu nombre y gloria cante.

¿Quién al Hispano que gimió vencido
del Lete en la ribera,
quién sino tú contra el Muzlim temido
de nuevo enardeciera?

«España y libertad» el gran Pelayo
gritó ante tus altares,
y el santo grito resonó en Moncayo
y se extendió en los mares.

De patria y libertad al noble acento
mil fuertes campeones,
tremolaron, intrépidos, al viento
de guerra los pendones.

¿Quién contrastar pudiera su osadía
si por la Fe lidiaban,
y el nombre sacrosanto de María
en la lucha invocaban?

Tú sufriste, Castilla, el yugo impío
del bárbaro Agareno;
mas te lanzaste al fin con fuerte brío
y corazón sereno.

Y Europa entonces admiró tu arrojo,
en ti los ojos fijos;
¡ay, que se vio tu suelo en sangre rojo
con sangre de tus hijos!

Pero venciste; y do se alzó arrogante
del error la morada,
de la Madre de Dios brilló triunfante
la imagen venerada.

Un templo erige el pueblo do la bella
efigie de María
fúlgida luce, como blanca estrella
tras la tormenta impía.

El ínclito Fernán su gracia implora
doblada la rodilla;
la inmensa muchedumbre, protectora
la aclama de Castilla.

¡Oh sacrosanto amor! ¡Oh eterno día
anuncio de ventura!
Antorcha fue tu sol, de España guía
contra la hueste impura.

Que a la luz de la Fe se alzó esplendente
el ángel de la gloria,
y férvida corrió la hispana gente
de victoria en victoria.

Y al soberano esfuerzo, al poderío
de las armas cristianas,
vencido contemplaron al impío
las costas africanas.

Por ti, oh Virgen, España triunfadora
mirose en su camino:
Fue brillar de dos mundos cual señora
su espléndido destino.

¡Gloria, gloria a tu nombre! Eterna brille
tu protección divina:
A la horrenda impiedad por siempre humille
tu enseña peregrina.

Y hoy que Mantua te aclama, venturosa,
con férvidos loores,
vierta, oh Madre, tu mano poderosa
en ella sus favores.

Viértalos, sí; que vivirá en tus fieles
por siempre su memoria,
y acrecerás con ellos los laureles
que ciñe España para eterna gloria.