En soledad con María

 

María Velazquez Dorantes

 

 

Siempre que me pierdo en medios de las

dudas y siento caminar por las arenas

movedizas vuelvo mis ojos a ti, que fuiste

fiel y que ante el dolor y la angustia no te

sentías desamparada.

Cuando no sé que hacer, ni con quien

hablar te miro a ti mujer de silueta dorada,

tan amada y regocijada que me hundo como

niño pequeño entre tus brazos, y quiero que

las estrellas me acaricien para devolverle a

mi alma un poco de tranquilidad…

No quiero fallar, no quiero lastimar por eso

los fangos me dan miedo, los retrasos me

alteran y solo Tú me entiendes.

Sé que sabes de que te estoy hablando,

sabes del por qué te estoy escribiendo

porque solo en esos momentos de angustia

tú consuelo es el que me revive, el que

calma mis ansías durante las noches,

esas noches tan oscuras que me provocan

escozor.

María mujer de la espera ayúdame en mi

desconsuelo, levántame cuando la tentación

este a punto de tocarme.
Mírame María, soy tú encargo, la hermana

de tú Hijo.

María sujeta mi mano, sana mi mente,

borras mis heridas, tranquilízame, toca mi

vientre para borrar mis angustias.

Allí en el cielo estrellado tú silueta se

dibuja, tras las luces fugaces del universo,

por ello, María te ruego ten piedad de mí.

No me dejes sola, escúchame mujer callada

te habla una oveja que se ha perdido entre

los bosques de la soledad pero justo allí te

he encontrado…

En soledad con María le escribo a la Madre

y al Tesoro terrenal: no me dejes.