Flores a María

 

Gerardo Diego

 

 

¡Pues que son treinta y uno los días de tu mayo,
oh, Reina de las flores,
un brazado de versos, uno por cada día
a ofrendarte venía.
Versos que yo quisiera temblorosos de aromas,
cargados de rocíos,
profusos de mezclados, nunca vistos matices,
tiernamente felices.
Pero mi huerto, Madre, Tú lo sabes, es áspero
de ortigas y de guijas.
Abejas vienen pocas, mariposa alguna
y rara vez la luna.
Hubo un tiempo remoto,
tiempo casi hortelano,
buen tiempo jardinero,
cultivador de rosas, azucenas y claveles,
con vocación de mieles.
Sus mayos eran mayos porque crecían verdes,
olorosos, tupidos.
Porque Tú eras la Madre del más hermoso
Amor
subían flor a flor.
Cada mañana un cirio, un ramo cada tarde,
cada noche una hoja,
la hoja del almanaque, canjilón de la noria,
con su jaculatoria.
Que e! niño aquel redima con sus labios
o pétalos
esta mudez de ahora,
el niño aquel eterno, que la niñez no muere,
la niñez que te quiere.
Recibe, oh Madre mía, mi tesoro escondido
de heliotropo y de nardo,
la niñez que te guardo.