Leyenda de la Virgen Nina

 

Angélica Fuselli

 

 

Contaban las abuelas, y cuentan todavía,
un recuerdo de infancia de la Virgen María.

Siendo niña, la Virgen fue al jardín a jugar.
Florecieron las flores para verla pasar.
Con sonrisa de cielo, la chiquita María
mirábalas a todas, y a todas sonreía.

Ellas, ingenuamente, le ofrecieron a coro
sus mejores encantos, todo un regio tesoro
de frescura y fragancia, de alegría y colores,
que es patrimonio viejo, muy viejo, de las flores.

Habló la rosa y dijo: - "A mí la primavera
me ha coronado reina... si mil reinos tuviera,
con tal de complacer a la Virgen María
¡los mil reinos, de hinojos, se los ofrendaría!"-

Y asomaron los lirios, trémulos de blancura,
y asomó la azucena, como la nieve, pura,
y asomaron las dalias, con tiesura de diosas,
y las tiernas campánulas, menuditas y ansiosas,
sacudían sus cálices brincando de alegría,
porque al pasar, la Virgen también les sonreía,
tan dulce, tan graciosa, tan cariñosamente
que todas se animaron a besarle la frente.

Mas la Niña bendita no escogió. Vacilaba...
Mirábalas a todas y a ninguna cortaba.
De pronto, casi ocultas debajo de las hojas
vió que había unas flores gimiendo sus congojas,
tan tímidas que apenas levantaban la voz,
era como si hablaran sólamente con Dios.

Ya no dudó un instante. Llegó y con gesto breve,
cortó las florecitas con sus manos de nieve.

Las dalias y azucenas se pusieron celosas,
y celosos los lirios, campánulas y rosas,
mientras por el sendero lentamente volvía,
"Violeta entre violetas, la Reinita María".

Y Dios, que hace a las flores nacer en los senderos,
proclamó que los últimos serían los primeros.