Descanso en la huída a Egipto

 

Rainer María Rilke

 

 

Ellos que todavía sin aliento acababan
de huir de en medio de la matanza de los niños:
ay, con qué grandeza imperceptible
supieron sobreponerse a su peregrinación.
Apenas se había disipado la causa del terror
que aún se reflejaba en ellos al mirar atrás sobresaltados,
cuando ya, al paso de la mula gris que cabalgaban,
ciudades enteras se sintieron en peligro;
porque no bien, insignificantes en el inmenso país,
–casi cual grano de arena– se acercaban a los poderosos
templos, se derrumbaban desconcertados todos
los ídolos y perdían por completo la razón.
¿No es, pues, imaginable que todo lo así
por su presencia conmovido se irritara?
Y aun ellos sintieron miedo de sí mismos,
sólo el Niño permanecía infinitamente confiado.
De todos modos hubieron de hacer un alto
en el camino. Mas entonces sucedió,
mira: el árbol que silencioso pendía
sobre ellos, con reverente cortesía,
se inclinó. Aquel mismo árbol,
con cuyas guirnaldas muertos faraones
tejían su frente para la eternidad,
se inclinó. Sentía florecer nuevas coronas.
Y ellos reposaban allí como en un sueño.