He ahí a tu Hijo

 

Francisco de Quevedo

 

¡Oh cuántas veces levantó los ojos
para ver a su Hijo, y al momento
por no dar pena y recibir enojos,
los bajó triste y no siguió su intento!
y ¡cuántas quiso abrir sus labios rojos,
y la voz muerta, helado el pensamiento,
y ella en su gran dolor se quedó absorta,
liberal en sentir, y en hablar corta!

Así estaba, y estaba Juan con ella,
mirando al Hijo y viendo así a la Madre
traselevada en él, pendiente della,
y al fin atento del Eterno Padre;
y la hermosa en cuerpo, en alma bella,
ya porque una beldad con otra cuadre,
allí también a Cristo y a María
dolorosa miraba y tierna vía.

Cuando el Señor miró a su Madre, y dijo
en cruz de compasión interna puesto:
"Mujer, presente tienes a tu Hijo»,
señalando al discípulo modesto;
y a Juan, que en Cristo el alma y rostro fijo
tenía, y alma y corazón dispuesto
a su obediencia, dijo: "Ésa es agora
tu madre, madre ya quien fue señora».

y desde entonces como a madre nueva
y su antigua señora venerable
Juan la amó y respetó, haciendo prueba
de su respeto y de su amor notable.