Retrato

 

Sor Juana Inés de la Cruz

 

Aquella Mujer valiente
que a Juan retirado en Patmos,
por ser un Juan de buena alma,
se le mostró en un retrato...
para quien son los reflejos
de los más brillantes astros,
cintillas de resplandor
con que teje su tocado;
la que a todo el Firmamento
con su luciente aparato,
no le estima en lo que pisa,
porque ella pisa más alto;
la que si compone el pelo,
la que si se prende el manto,
no tiene para alfileres
en todo el Cielo estrellado;
para quien las hermosuras
que más el Mundo ha estimado
no sólo han sido dibujos,
pero ni llegan a rasgos;
al térmíno de lo líndo
el cómo de lo bizarro,
el hasta aquí de belleza,
y el más allá de mílagro.
¡No es nada! de sus mejillas
están de miedo temblando,
tamañitos los Abriles,
descoloridos los Mayos.
¡Los ojos! Ahí quiero verte,
Solecito arrebolado.
Por la menor de sus luces
dieras caballos y carro.
Pues a la boca, no hay símil
que le venga quince palmos:
que es un pobrete el Oriente
y el Occidente un menguado.
¿Qué más quisiera el jazmín
que andarse, paso entre paso,
apropiándose en su rostro
entre lo rojo lo blanco?
De las demás perfecciones,
al inmenso Mare Magnum,
cíñalos la admiración,
si hay ceñidor para tanto.