La Virgen que espera la Navidad

 

Padre José Luis Martín Descalzo

 

iY qué cortos y qué largos
se hicieron los nueve meses! 
Cortos para mi cabeza, 
para el corazón, muy breves.

Estaba dentro de mí 
y aunque a Él no le sentía, 
sentía cómo mi sangre 
al rozarle sonreía.

Nadie notó en Nazaret 
lo que estaba sucediendo: 
que teníamos dos cielos, 
uno arriba, otro creciendo.

¿Dios está en el cielo? 
¿El cielo está en Dios? 
y yo por los montes 
llevando a los dos.

Si estaba hecho de carne 
¿era carne de cristal?... 
y yo pisaba con miedo, 
no se me fuera a quebrar.

Cuando yo respiraba, respiraba Él; 
cuando yo bebía, 
bebía también el autor del aire, 
del agua y la sed.

¿Y cómo podría ser 
Dios tan sencillo 
si dentro de mí pesaba 
poco más que un cantarillo?

Yo acariciaba mi seno 
para tocarle, 
porque Él estaba allí 
al tiempo que en todas partes.

¡Qué envidia me tuvo el cielo 
durante los nueve meses! 
Él albergó al Dios eterno. 
Yo tenía al Dios creciente.

¡Qué fácil le fue todo 
al buen Gabriel! 
Vino, dio su mensaje 
y se fue. 

Se fue sin aclararme 
nada de nada, 
y dejó mil preguntas 
en mis entrañas. 

¿Y quién me las responde 
si miro al cielo? 
¿Este Dios sordomudo 
que llevo dentro?

¡Qué fácil le fue todo 
al buen Gabriel! 
Dijo que es Dios y es hombre, 
dijo que es hijo y rey... 
«y en lo demás, Señora, 
use la fe».

Las jugarretas de Dios 
no hay nadie que las iguale:
Él es mi padre y mi hijo, 
yo soy su hija y su madre.

Todos en la sinagoga 
clamaban por el Mesías 
y a mí me crecía dentro
y sólo yo lo sabía.

Si yo no hubiera podido 
engendrar sin ser mujer, 
¿por qué los hombres desprecian 
lo más que se puede ser?

Los niños de Nazaret 
corren y saltan conmigo: 
son como abejas que buscan 
miel en el rosal florido.

Cuando yo me alimento, 
Dios de mi vida, 
¿sostengo yo tu sangre 
o Tú la mía?

Cuando miro en la fuente 
el agua clara, 
pienso que son tus ojos 
que se adelantan.

No sé qué dijo el Ángel 
de un dolor y una cruz. 
Sé que en la noche sangro 
temiendo que seas Tú.

Si yo he sido pobre, 
Tú lo serás más. 
Porque Dios es pobre 
si es Dios de verdad.

Las mujeres con envidia 
contemplan mi gravidez 
y no saben que soy madre 
más que de carne, de fe.

Cada noche miro al cielo 
y recuento las estrellas. 
Falta una y yo lo sé. 
¡Pero qué ganas de verla!

José me mira y me dice: 
¿Cómo estás? ¿Cómo está Él? 
Le respondo: Yo esperando 
y Él ardiendo a todo arder.

Antes de que Tú vinieras, 
yo vivía en oración. 
Ahora ya ¿para qué, 
si somos uno los dos?

Cuando llevo hasta mi boca 
el tierno pan recién hecho, 
me parece que comulgo 
la carne que llevo dentro.

Esclava soy, 
esclava fui, 
pero mis cadenas 
yo no las rompí: 
me las dieron rotas 
cuando nací.

Cuando escucho cómo saltas 
de gozo dentro de mí, 
pienso: ¿En un mundo tan triste 
le dejarán ser feliz?

¿Y Tú, pequeño mío, 
cómo vas a poder 
liberar a este mundo 
que esclavo quiere ser?

Temo que no será fácil, 
mi amor, 
que no será fácil ser 
salvador.

Con mi «sí» se abrió Dios mismo, 
y con su «sí», mis entrañas, 
y con un «sí» de los dos 
se abrió el reino de las almas.

Lo creo y no me lo creo, 
no me lo puedo creer, 
pues sé que Él es más que hombre 
siendo yo sólo mujer.

Si dicen que fe es no ver 
las cosas con la mirada, 
yo sé que no he visto a nadie 
cuando Él llegó a mis entrañas.