Comadre de suburbio

 

Monseñor  Pedro María Casaldáliga

 

 

La cueva no tenía más higiene que el viento de la noche.
Dios tuvo un vecindario de pobres amahares.
-Vallecas o Belén, Belén o Harlem, Belén o las    favelas-.
Tú tenías apenas las dos manos para alternar con   ellas el pesebre.
Las ricas caravanas llegaban siempre a punto.
Vosotros llegaríais con las puertas cerradas.
No hubo piso en Belén; ni hubo piso en Egipto;
y no hay piso en Madrid, para vosotros.

José estará de paro forzoso muchos días.
Después tendrá, por fin, unas chapuzas de esperanza en madera.
Quizás abrirá zanjas, sin subsidios.

Hebreos sospechosos en un barrio de Egipto acorralado,
viviréis al contado de la suerte, como viven las aves.
El Nilo gastará, día tras día, la piel y la hermosura de tus manos anónimas,
sangre del rey David venida a menos.
Y el Niño crecerá sin más escuelas que la lección del sol y tu palabra.

Vecina del pecado y la vergüenza,
con el Verbo hecho carne que habita entre nosotros
tú has instalado a Dios en el suburbio humano.
Carmen, Dolores, Soledad, María:
todos los nombres llevan la concha de bautismo de tu nombre.
Vives realquilada por la pena y el miedo
en un cuadro de tela reluciente
o en un yeso pintado
o en la fe vergonzante de una estampa escondida      en la cartera;
y tu sola presencia rutinaria
traspasa las miserias del suburbio del mundo
con un hilo irrompible de alegría,
¡comadre de suburbio,
ensanche de la Gracia,
puerta y solar de la Ciudad Celeste!