Divina Pastora

Astor Brime  (Generoso García Castrillo)

 

Había quedado el hombre
sumergido en la noche.

Águilas avizoraban desde los altos rumbos
posibles corderillos atrapados en zarzas,
que, crueles, retenían sus guedejas intonsas.
Balaban: era el llanto
que gritaba socorro a la pastora.
Y vino Ella. Traía
la seda en la dermis de sus dedos
y un pan-hostia en su vientre,
fruto bendito amasado en sangre de mujer.
Y hubo gozo
en la paz familiar de banquete.
Y hubo de nuevo luz,
y hubo cielo, limpio de alas negras
y de garras depredadoras.