Te pintaron en cuadro, María

 

Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

 

 

Te pintaron en cuadro, María,
artistas de barroca policromía,
y la luz se deslizó en colores desmayados 
igual que una sinfonía
de pájaros cantores en el paisaje alegre, 
incomparable y verde,
de una tarde vegetalmente tropical.

Yo quise pintarte un clavel, 
pero el clavel se enamoró de la rosa inestable 
de los vientos, 
tan cambiantes,
y se asomó, como yo, al acantilado bravío de mis sueños
que silabeaban la canción azul de la brisa.

Jugué a deslizar pinceles 
y poder así ordenar los polícromos colores
que trazaran aureolas a la ojiva joven 
de tus ojos maternales
que taladran de luz nueva el universo 
indómito del tiempo,
hoy tan borroso.

Quise también dejar a tus pies una balada cautiva 
que enmarcara, al temple, y en dibujo grácil, 
los días y las horas, 
como arena de una playa dormida 
al murmullo acompasado de las olas, 
del viento y del tiempo, tan frágil.

Y hasta puse en pie de guerra 
los caireles de mis versos
igual que si fueran soldados verticales
que guardaran impávidos las nevadas cumbres 
de imaginarias montañas de la fama y del deseo.

Eso, y más.
Mas hoy, asomado nuevamente al pretil 
del recuerdo fugaz de los días idos,
aunque no encuentro, por descuido mío,
en el cuadro los mismos colores,
-no te oculto mi escueta verdad-,
ni encuentro el clavel, o aquella rosa de abril 
cimbreada por la brisa que en mi ardor juvenil,
ingenuo soñé, encuentro, eso sí, 
una mano, tu mano, María, que prodiga caricias
con la misma ternura que cuando era un niño;
y encuentro, también,
unos ojos, tus ojos tiernos de madre, María,
que alumbran la pleamar de mis días.

Por eso, y mil cosas más,
hoy que soy viejo, te digo:
sigue, Madre, guardándome en tu regazo
aquella fe, aquella esperanza limpia de ayer,
que fueron estrellas luminosas que aún alumbran 
la galaxia rutilante del cielo de mis sueños 
que permanecen todavía firmes, indómitos, 
en pie, 
a pesar de los años.

Y lo mismo que cuando era, apenas,
un infante ingenuo, candoroso y tierno,
el color azul de tu pureza envuelva, 
como una luna llena, 
la pleamar de ilusiones que mi alma aún guarda,
ayer tan niña, hoy ya madura.

Por eso, ya ves,
hoy vuelvo a tu vera, Madre,
y quiero volver a ver,
el álbum blanco de aquellos sueños 
que dejé estampados al resguardo cierto
de tu amor materno, que mis años idos
nunca hubieran sabido guardar.

Seguro estoy que aún sabré mirar
el color cristal cielo de tus ojos, 
que eran también mis ojos de ayer;
y encontraré, lo sé,
aquel sobre, sin dirección ni calle,
por donde saqué a pasear en libertad mis versos;
aquellos versos tiernos, 
que con candor ingenuo redactaba y te cantaba.

Y si al acercarme a ti, me ves
una lágrima verter 
por los ribetes de la edad,
no la seques, déjala estar; 
ya sé, Madre, que no es rocío mañanero 
que el sol tornasola 
mientras se columpia
en los pétalos gráciles de una rosa;
ni nieve que comienza a diluirse al deshielo 
inexorable del estío y de los años. 

Es cariño, amor filial.
Es flor de trigo candeal
que verdea en el paisaje, siempre nuevo, del trigal, 
que en primavera es poema hasta florecer en pan 
para comerlo, sabroso, en el hogar
al abrigo seguro del cariño caliente y maternal.

Te pintaron en cuadro, María.
Hoy le pongo marco a mi vida.