Amorosa Resignación

Antonio Rodríguez  Mateo

 

 

La Virgen fue fecundada,
tras el sí de su aceptación,
cuando la figura alada,
pronunció su Anunciación,
Ella quedó ensimismada,
porque no conocía varón,
oyéndole desconcertada,
ser llamada Resignación.

Numerosas fueron sus penas,
más que sus alegrías,
porque Ella fue Nazarena,
cuando en la Cruz lo veía,
era de tribu hebrea,
era la Inmaculada María,
la virtud que hermosea,
a las noches con sus días.

Dos mil años después,
y tras muchos avatares,
acarrea nuestra fe,
con estigmas celestiales,
la que nació en Nazaret,
también está en los altares,
por ser Madre en Jerusalén,
en la tierra y los mares.

En San Pedro la hornacina,
en su pecho el sentimiento,
de que el pecado germina,
sin ningún remordimiento,
aumentando las espinas,
en el cuerpo macilento,
y en la frente divina,
manantial de sus lamentos,

Perpetua belleza,
en tan dolorida expresión,
en su inmensa pureza,
y en su nombre: Resignación,
excelsa Princesa,
y Reina del Creador,
que con suma delicadeza,
Inmaculada la concebió.

Tu virginal alumbramiento,
Esposa del Espíritu Santo,
fue causa de tus tormentos,
y de su gran quebranto,
después del Descendimiento,
y su postrero abrazo,
recuerdas el sufrimiento,
que a tus ojos da llanto.

Lanzas son tus varales,
y bambalinas sudario,
los costeros mares,
en la luz de tu Sagrario,
sus llagas heridas mortales,
en el dolor de su calvario,
y tus lágrimas corales,
que forman mi relicario.

El llanto de Resignación,
cuajan la pena honda,
siete puñales de dolor,
a su corazón alfombran,
palabras de centurión,
a la noche asombran,
al reconocer a Dios,
en el trino de la alondra.

La aurora palidece,
con el sol de su mirada,
y la nieve se oscurece,
ante la pureza de su alma,
la belleza se guarece,
en el fondo de su cara,
y en su pecho florece,
la cruz que nos limpiara.

Ruge la tempestad,
en la roma colina,
en San Pedro igual,
por hermosura divina,
Resignación en su altar,
a la semilla germina,
en el amor a la verdad,
de su corona de espinas.