A la Purísima Concepción 

 

Bartolomé L. de Argensola

 

 

A todos los espíritus amantes,
que en círculo de luz inaccesible
forman anfiteatros celestiales,
dijo el Padre común, ya no terrible
vibrando rayos vengativos, antes
con manso aspecto, grato a los mortales:
Ya es tiempo de admitir a los umbrales
del reino eterno los del bajo mundo:
que su gemido y su miseria vence;
y porque la gran obra se comience,
muestre la Idea del saber profundo
su concepto fecundo,
la preservada Esposa, que en saliendo,
el pacífico cetro de oro extiendo.

Con general aplauso el universo
se disponga a su próspera mudanza;
el Líbano sus cumbres aperciba,
para el cedro gentil, nueva esperanza,
que por mis manos fabricado y terso,
arca ha de ser incorruptible y viva;
en santos resplandores se conciba,
aunque de humanos Padres, que el rocío
al vellocino místico dos veces
fiel, que pidió el más fuerte de los Jueces,
más abundante la tercera envío;
y otra el Caudillo mío
vea la zarza ardiendo y que las llamas
guarden fe a la verdura de sus ramas.

Que todo ha de ser luz, todo pureza:
instante de tiniebla, instante de ira
no le ha de haber en mi divina Esposa.
Para ella el mar sus ímpetus retira,
el mar común de la Naturaleza
en forma de muralla prodigiosa.
Sigue el orden del tiempo: mas reposa
desde la eternidad en estos techos,
por donde, sin que cosa se lo estorbe,
discurre por las fábricas del orbe;
su trabazón y vínculos estrechos,
con que por mí están hechos,
considera y entiende, y en sus cumbres
asiste, y se corona de sus lumbres.
Tal conviene que sea el trono augusto,
que ha de ocupar el Vencedor Eterno.
La púrpura real de que se viste,
armas que han de poner yugo el infierno,
encandenando al posesor injusto,
no participen del origen triste.
Dijo: y el Seráfico puro, que asiste
a la altísima silla más vecino,
despide alegre músicos acentos;
responden luego. voces e instrumentos,
suena todo el palacio cristalino;
el júbilo divino
pasó al limbo, y al fin se parecía
que la Naturaleza se reía.

Vióse por las regiones altas luego
mover las plumas cándidas luciente
descendiendo a la tierra el Ángel Santo;
como tal vez exhalación ardiente
dejando surcos rápidos de fuego,
a los ojos humanos pone espanto,
y con divino (aunque corpóreo) manto
al uno y otro estéril se presenta
progenitores tuyos, Virgen Madre,
y el gran decreto del Eterno Padre
(venerándolos ya por ti) les cuenta.
Así de culpa exenta
viniste al mundo, Hija de tu Hijo,
del designio de Dios término fijo.

Pero ya es bien que de la nube oscura
de alabanzas mortales
saques, ¡oh Sol divinol, tu luz pura;
ya nuestro estilo, y versos desiguales
(sombra, que se le opuso)
sacro silencio y éxtasis suceda,
que del discurso suspendiendo el uso
levante el alma a la tercera rueda.