Hazme digno de cantar tus alabanzas 


San Máximo de Turín

 

¡Cuan bienaventurada eres, oh María,
oh Madre gloriosa y sublime, que llevaste
en el seno al Creador del cielo y de la tierra!
Oh dulcísimos besos que recibiste de los labios de quien, mientras tú lo estrechabas niño en tus brazos maternales, imperaba desde el seno del Padre como Señor del universo.
Tú sola engendraste, pobre en el tiempo, al que 

antes de todo tiempo fue tu Creador.
¡Cuan bienaventurada y gloriosa eres, oh Virgen 

María, que mereciste la fecundidad sin perder el privilegio de la virginidad!
Hazme digno, oh María, de poner en armonía 

mi pobre voz con tu dulcísima voz que, unida a las armonías de los ángeles y de los santos, no 

deja nunca de cantar: ¡santo, santo, santo!

Haz que siempre tus alabanzas, oh María,
suenen en mis labios. Pero ¿qué podré yo decir que sea digno de ti, si todo lo que pueda decirse de ti siempre está por debajo de tu dignidad suprema?
Si yo te llamo Madre de los hombres, tú eres mucho más sublime; si te proclamo forma de Dios, 

digna eres de tanta alabanza;
y si te llamo nodriza de quien es el Pan del cielo,
tú realmente lo alimentaste con la dulzura de tu

 leche.
¡Hazme digno, oh María, hazme digno de cantar siempre tus alabanzas!