A la Virgen Inmaculada de Lujan

 

Simon Villegas Delgado

 

 

Quiero entonar un himno de ternura
A la mujer más pura,
A la Rema inmortal de cielo y tierra,
Cümúlo soberano de grandeza, 
Arca divina que en seno encierra 
El germen ideal de la pureza. 

A nuestra Virgen de Luján bendita 
En cuyo ser palpita 
Lo grande, lo sublime y lo divino; 
Que, creada por Dios para consuelo 
Del mortal peregrino, 
Con sus alas de amor nos lleva al cielo. 

¿Quién no admira a esta Virgen seductora,
Más bellá que la aurora, 
Y más hermosa que las flores bellas; 
Que vestida del sol resplandeciente, 
Tiene sobre su frente 
La diadema de nítidas estrellas?

Yo, extático contemplo tu semblante Dulcísimo y radiante,
¡Oh Virgen de Luján inmaculada! 
Y me siento feliz y venturoso; 
Al ver que de tu trono esplendoroso 
Diriges a tus hijos la mirada. 

Por eso, Madre mía, 
Alzo también mi voz en este día. 
Mas... ¿qué es mi voz, ante la voz ingente 
De este pueblo creyente 
Que, henchido de entusiasmo y alegría, 
Ante tu altar ofrece reverente, 
Su amante corazón y amor ardiente?

Esos ramos de lirios y de flores 
Que se anida en el fondo 
Es la elocuencia del sentir muy hondo, 
Es la grandeza del amor muy fino, 
Do te ofrecen ternísimos amores, 
De este pueblo creyente y argentino. 

Mira cómo a las puertas 
De tu Santuario de Luján abiertas, 
Se agolpa el pueblo por pedirte amparo,
Porque Vos sois su Madre cariñosa, 
Patrona generosa, Su luz, su guía, su perpetuo faro. 

Predíquelo esa tu Historia, 
Rica epopeya de gloria 
Que este pueblo tiene escrita;
Dígalo tanta riqueza, 
Y del templo la grandeza,
De esa tu Imagen bendita. 

Que lo digan también los corazones 
De tantas generaciones 
Que se han rendido ante Ti; 
Que hablen las gentes solas, 
Que postradas de rodillas, 
Te ruegan con frenesí.

Y tantas almas de dolor heridas 
Y del plomo dé angustias agobiadas 
Que cayeron rendidas 
A tus plantas sagradas, 
Y después de expresar sus amarguras, 
Y después de decirte sus pesares, 
Abnegadás en plácidas dulzuras, 
Tornaron otra vez a sus hogares. 

¡Madre mía! La grandeza 
De esta fiesta a tu Pureza, 
Es el eco poderoso 
De este pueblo religioso, 
Que te dice que te adora, 
Que con ternura te ama. 
Y en todo tiempo te aclama:
"Reina, Madre y Protectora".