San Alfonso María de Ligorio
Al
hablar san Bernardo de la piedad que tiene María para con los más
necesitados, dice que ella es con verdad, la tierra prometida de Dios, de
la que mana leche y miel. Dice san León que
la Virgen
está dotada de tales entrañas de misericordia, que no sólo
merece ser llamada misericordiosa, sino la misma misericordia. Y san
Buenaventura, considerando que María ha sido constituida Madre de Dios
para favorecer a los necesitados, y que a ella le está confiado el oficio
de la misericordia; y contemplando, por otra parte, que ella tiene sumo
cuidado de todos los necesitados, por lo que es tan rica en piedad, que
parece no tiene otro deseo que el de aliviar las necesidades decía que
cuando contemplaba a María, se le olvidaba la justicia divina y sólo veía
la divina misericordia de la que María está llena. Estas son sus tiernas
palabras: "De veras, Señora, cuando te contemplo, no veo más que
misericordia, pues para los necesitados has sido hecha Madre de Dios y se
te ha confiado el oficio de compadecer. Por eso se te ve solicita hacia
ellos, estás circundada de misericordia, parece que sólo eres feliz
ejerciendo la misericordia".
Es
tanta la piedad de María, como dice el abad Guérrico, que sus entrañas
tan amorosas, no saben, ni por un momento, dejar de producir frutos de
piedad para nosotros. Dice san Bernardo: "Y ¿qué otra cosa puede
manar una fuente de piedad sino piedad?" Por lo mismo, María es
comparada al olivo: "Como olivo hermoso en los campos" (Ecclo
24,19). Pues así como el olivo no da más que aceite, imagen de la
misericordia, así, de las manos de María no salen más que gracias y
misericordias. Por lo que María, justamente puede llamarse, dice el P.
Luis de
la Puente
, la madre del aceite, es decir,
la Madre
de la misericordia. Al recurrir nosotros a esta Madre
para pedirle el óleo de su piedad, no hay que temer que nos lo niegue,
como se lo negaron las vírgenes prudentes a las necias, cuando les
dijeron: "No sea que no alcance ni para nosotras, ni para
vosotras" (Mt 25,9). De ninguna manera, porque ella es muy rica de
este óleo de misericordia, como lo advierte san Buenaventura. Que también
por eso la llama
la Iglesia
, no sólo Virgen prudente, sino prudentísima, para que
entendamos, dice Hugo de San Victor, que María está llena de gracia y de
piedad, que le basta para proveer a todos, sin que a ella le falte.
Pero
pregunto yo: ¿Por qué se dice que este hermoso olivo está en medio del
campo, y no más bien en un huerto tapiado o con cerca de espinos? A esto
responde el cardenal Hugo: Para que todos puedan contemplar a María fácilmente
y sin problemas acudir a ella para obtener remedio en sus necesidades.
Este bello pensamiento lo confirma san Antonino, diciendo que, como a un
olivo que está en campo abierto, así todos pueden acudir a ella, ya sean
justos o pecadores, para obtener su misericordia. Y añade además: ¡Cuántas
sentencias condenatorias ha sabido hacer revocar esta Virgen Santísima,
con sus piadosos ruegos en favor de los pecadores que a ella han
recurrido! "Y ¿qué otro refugio más seguro -dice el devoto Tomás
de Kempis- podemos encontrar, que el seno piadoso de María? Allí el
pobre encuentra su asilo, el enfermo su medicina, el afligido su consuelo,
el que duda consejo, y el desamparado su socorro".
¡Pobres
de nosotros, si no tuviéramos esta Madre de misericordia, tan atenta y
solícita para socorrernos en todas nuestras miserias! "Donde falta
la mujer gime y sufre el enfermo" (Ecclo 36,25). Esta mujer, dice san
Juan Damasceno, es realmente María y, donde falte esta santísima Mujer,
gime el enfermo. Si, pues queriendo Dios que todos los dones se dispensen
gracias a las plegarias de María, si éstas llegaran a faltar, no habría
esperanza de misericordia, como lo indicó el Señor a santa Brígida.
¿Cómo
temer que María no acuda a compadecerse de nuestras miserias? No, que
ella, mejor que nosotros, ve nuestras miserias y las compadece. Dice san
Antonino: ¿Quién, entre todos los santos se compadece de nuestros males
como María? Donde ve alguna miseria, allí acude presurosa para socorrer
con gran piedad. Así lo dice Ricardo de San Victor. Lo afirma también
Mendoza: Oh Virgen bendita, tú dispensas con larga mano tus
misericordias, allí donde descubres una necesidad. Y nunca dejará este
oficio de buena Madre, como ella misma lo afirma; "Por los siglos
subsistiré. En
la Tierra
santa, en su presencia, he ejercido el ministerio... Y en
Jerusalén se halla mi poder" (Ecclo 24,9-11). Comenta el cardenal
Hugo: "Hasta el siglo futuro, es decir, hasta que lleguen a ser
bienaventurados, no dejaré de socorrer a los hombres en sus miserias, y
de rogar por la conversión de los pecadores".
Refiere
Suetonio que el emperador Tito estaba tan ansioso de conceder favores a
quien se los pedía, que el día en que no había hecho alguno, decía con
tristeza: "He perdido el día" porque lo he pasado sin favorecer
a nadie. Probablemente esto lo decía Tito, más por vanidad y afán de
ser estimado, que por verdadera caridad. Pero nuestra emperatriz María,
si por un imposible pasara un día sin socorrer a alguno, lo sentiría
muchísimo; porque está llena de caridad y del deseo de hacernos bien. De
modo que, como dice Bernardino de Bustos, ella tiene más ansia de darnos
gracias, que nosotros de recibirlas de ella. Por lo que añade que, cuando
a ella acudimos, siempre la encontraremos con las manos llenas de
misericordia y liberalidad.
Ya
fue Rebeca figura de María, la cual, cuando el siervo de Abrahán le pidió
agua para beber, le respondió que, no sólo para él, sino también para
sus camellos sacaría del pozo agua suficiente, para que todos bebiesen
(Gn 24,19). Y el devoto san Bernardo, vuelto hacia
la Virgen
, le dice: "Señora, no sólo al siervo de Abrahán,
sino también para sus camellos dales de tu vasija sobreabundante";
como si dijera: Señora tu eres más piadosa y generosa que Rebeca, y por
eso, no te contentas con dispensar las gracias de tu misericordia sólo a
los siervos de Abrahán, que representan a los fieles siervos de Dios,
sino que las dispensas también a los camellos, figura de los pecadores. Y
como Rebeca dio más de lo que se le pedía, así y mejor, María da más
de lo que se le solicita. La liberalidad de María, dice Ricardo de San
Lorenzo, se asemeja a la liberalidad de su Hijo, que otorga siempre más
de lo que se le pide; que por eso lo llama san Pablo "rico para todos
los que lo invocan" (Rm 10,12). Por esto le dice a
la Virgen
un devoto autor: "Señora, ruega por mí, porque tú
pedirás para mí las gracias con mayor devoción de la que sabría tener
yo; y me conseguirás de Dios gracias muy superiores a las que yo pudiera
pedir".
Cuando
los samaritanos rehusaron recibir a Jesucristo y su doctrina, dijeron
Santiago y san Juan a su Maestro: "¿Quieres Señor, que mandemos
fuego del cielo que los devore?" Pero el Salvador les respondió:
"No sabéis a qué espíritu pertenecéis" (Lc 9,55). Como si
dijera: Yo soy piadoso y dulce, por lo que he bajado del cielo para salvar
a los pecadores, no para castigarlos; y ¿vosotros queréis verlos
condenados? ¿Qué fuego? ¿Qué castigo? Callad, no me habléis de
castigos, que ése no es mi espíritu. De igual modo María, que tiene el
alma del todo semejante a la de su Hijo, estamos seguros que está siempre
inclinada a tener misericordia, porque, como dice Santa Brígida es
llamada
la Madre
de la misericordia; y la misma misericordia de Dios la
hace tan piadosa y dulce para con todos. Por eso a María la vio san Juan,
vestida del sol: "Apareció una señal grande en el cielo, una mujer
vestida de sol" (Ap 12,1). Sobre lo cual, dice san Bernardo dirigiéndose
a
la Virgen
: "Vistes al sol y con él te vistes". Has
vestido al sol, al Verbo de Dios, con carne humana; mas él te ha vestido
a ti con su poder y misericordia.
Es
tan piadosa y benigna esta Reina, que, al decir de san Bernardo, cuando se
le acerca un pecador para encomendarse a su piedad, no se pone a examinar
sus méritos, ni si es digno o no de ser oído, sino que sin más lo
atiende y lo socorre. Por lo cual, reflexiona san Ildeberto, que está
bien decir de María que es bella como la luna (Ct 6,9); porque como la
luna ilumina y beneficia los cuerpos más humildes de la tierra, así María
ilumina a los pecadores más indignos. "Hermosa como la luna, porque
es hermoso hacer beneficios a los indignos", dice san Ildefonso. Y
aunque la luna toma toda su luz del sol, actúa antes que el sol, piensa
un autor. También dice san Anselmo: "Más pronto se consigue, a
veces, nuestra salvación invocando el nombre de María, que invocando el
nombre de Jesús". Por eso nos exhorta Hugo de San Victor, para que,
si nuestros pecados nos hacen temer el acercarnos a Dios, porque él es la
majestad infinita que hemos ofendido, no temamos sin embargo recurrir a
María, porque en ella nada encontraremos que nos asuste. Es verdad que
ella es santa e inmaculada, que es
la Reina
del mundo y
la Madre
de Dios; pero al mismo tiempo es de nuestra carne, hija
de Adán como nosotros.
Finalmente,
dice san Bernardo, todo lo que hay en María respira gracia y piedad,
porque ella, como Madre de piedad, es toda para todos, y por su gran
caridad, se pone a disposición de todos, justos y pecadores; y abre el
seno de su misericordia para que todos gocen de su plenitud. Y si el
demonio, como dice san Pedro, "anda siempre merodeando, buscando a
quien devorar" (1Pe 5,8), todo lo contrario, dice Bernardino de
Bustos, es lo que hace María, que "anda siempre buscando cómo dar
la vida y salvar a todos los que pueda".
Debemos
persuadirnos de que la protección de María es más grande y poderosa de
lo que nos podemos imaginar, como dice san Germán. ¿Por qué el Señor,
que en la antigua ley era tan riguroso en el castigar, ahora tiene tanta
misericordia aun con los reos de los mayores pecados?, pregunta Pelbarto;
y responde: Se porta así por los méritos y por el amor de María. Dice
san Fulgencio: ¡Cuánto hace que hubiera sido aniquilado el mundo, si María
no lo hubiera sostenido con su intercesión! Mas nosotros, dice Arnoldo de
Chartres, podemos acercanos a Dios en espera de todos los bienes, porque
el Hijo es nuestro mediador ante Dios Padre y
la Madre
ante el Hijo. ¿Cómo no va a escuchar el Padre a su Hijo
cuando le presenta las llagas que ha recibido por salvar a los pecadores?
Y ¿cómo el Hijo no va a atender a
la Madre
cuando le recuerda que lo ha alimentado a sus pechos
virginales? Dice san Pedro Crisólogo con hermosa y firme expresión, que
esta humilde doncella, habiendo alojado a Dios en su seno, exige como
pensión del hospedaje, la paz del mundo, la salvación de los que andan
perdidos y la vida de los muertos.
Dice
el abad de Celles: ¡Cuántos que merecían ser condenados por la divina
justicia, se han salvado por la piedad de María! Es que ella es el tesoro
de Dios y la tesorera de todas las gracias, por lo que nuestra salvación
está en sus manos. Por eso recurramos siempre a esta maravillosa Madre
que es todo piedad, y estemos del todo seguros de salvarnos gracias a su
intercesión, ya que ella -así nos anima Bernardino de Bustos- es nuestra
salvación, nuestra vida, nuestra consejera, nuestro refugio y nuestra
ayuda. María, es precisamente, dice san Agustín, aquel trono de la
gracia, al que nos exhorta el apóstol que recurramos con confianza para
obtener la divina misericordia y hallar la gracia para una ayuda oportuna
(Hb 4,16). Al trono de la gracia, comenta san Antonio, es decir, a María.
Por esto santa Catalina de Siena llamaba a María administradora de la
misericordia divina.
Concluyamos
ya, con la bella y dulce exclamación de san Bernardo, comentando las
palabras: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María: Oh María,
tu eres clemente con los miserables, piadosa con los que te ruegan, dulce
con los que te aman; clemente con los penitentes, piadosa con los que
progresan, dulce con los perfectos. Te manifiestas clemente al librarnos
de los castigos, piadosa al otorgarnos las gracias, y dulce dándote al
que te busca".