Las Glorias de María
María es nuestra vida porque ella nos obtiene el perdón de los pecados

 

San Alfonso María de Ligorio

 

Para comprender mejor por qué la santa Iglesia llama a María nuestra vida, basta saber que, como el alma da la vida al cuerpo, así también la divina gracia da la vida al alma; porque un alma sin la gracia tiene nombre de viva, pero en verdad está muerta, como se dice en el Apocalipsis: "Tienes nombre vivo, pero en realidad estás muerto" (Ap 3,1). Por tanto, la Virgen nuestra Señora, obteniendo por su mediación a los pecadores la gracia perdida, los devuelve a la vida. La santa Iglesia, aplicándole las palabras de la Escritura: "Me hallarán los que madrugaren para buscarme" (Pr 8,17), hace decir a la Virgen que la hallarán los que sean diligentes en acudir a ella de madrugada, es decir, lo antes posible. Dice la versión de los Setenta en vez de "me encontrarán", "hallarán la gracia". Así que es lo mismo recurrir a María que encontrar la gracia de Dios. Y poco más adelante dice: "El que me encuentre, encontrará la vida y alcanzará del Señor la salvación" (Pr 8,35). "Oíd -exclama san Buenaventura comentando esto-, oíd los que deseáis el reino de Dios: honrad a la Virgen María y encontraréis la vida y la eterna salvación".
Dice san Bernardino de Siena que Dios no destruyó al hombre después del pecado por el amor especialísimo que tenía a esta su hija que había de nacer. Y añade el santo que no tiene la menor duda en creer que todas las misericordias y perdones recibidos por los pecadores en la antigua ley, Dios se las concedió en vistas a esta bendita doncella.
Por lo cual, con razón nos exhorta san Bernardo con estas palabras: "Busquemos la gracia, pero busquémosla por medio de María". Si hemos tenido la desgracia de perder la amistad de Dios, esforcémonos por recobrarla, pero por medio de María, porque si la hemos perdido ella la ha encontrado; que por ello la llama el santo "la que halló la gracia". Esto vino a decir el ángel, para nuestro consuelo, cuando dijo a la Virgen: "No temas, María, porque has hallado la gracia" (Lc 1,30). Pero si María nunca estuvo privada de la gracia, ¿cómo dice el ángel que la encontró? Se dice de una cosa que se ha encontrado cuando antes no se tenía. La Virgen estuvo siempre con Dios y llena de gracia, como el mismo ángel se lo manifestó al saludarla: "Alégrate, María, llena de gracia; el Señor está contigo". Si, pues, María no encontró la gracia para ella porque siempre la tuvo completa, ¿para quién la encontró? Y responde el cardenal Hugo: "La encontró para los pecadores que la habían perdido. Corran por tanto -dice el devoto escritor-, corran los pecadores que habían perdido la gracia, a la Virgen y encontrarán la gracia junto a ella. Digan sin miedo: devuélvenos la gracia que has encontrado". Corran los pecadores que han perdido la gracia a María, que en ella la encontrarán; y díganle: Señora, la cosa ha de restituirse a quien la ha perdido; la gracia que has encontrado no es tuya porque tú nunca la has perdido; es nuestra porque nosotros la habíamos perdido; por eso nos la debes devolver. Sobre este pensamiento se expresa así Ricardo de San Lorenzo: "Si queremos encontrar la gracia, busquemos a la que encontró la gracia, que la que siempre la encontró, siempre la tiene". Si deseamos la gracia del Senor, vayamos a María, que la encontró y siempre la encuentra. Y porque ella ha sido y será siempre lo más querido de Dios, si acudimos a ella, ciertamente, la encontraremos. Ella dice en el Cantar de los cantares que Dios la ha colocado en el mundo para ser nuestra defensa: "Yo soy muro y mis pechos como una torre. Así he sido a sus ojos como quien halla paz" (Ct 8,10). Y por eso ha sido constituida mediadora de paz entre Dios y los hombres: De aquí que san Bernardo anima al pecador, diciéndole: "Vete a la madre de la misericordia y muéstrale las llagas de tus pecados y ella mostrará a Jesús en favor tuyo sus pechos. Y el Hijo de seguro escuchará a la Madre". Vete a esta madre de misericordia y manifiéstale las llagas que tiene tu alma por tus culpas; y al punto ella rogará al Hijo que te perdone por la leche que le dio; y el Hijo, que la ama intensamente, ciertamente la escuchará. Así, en efecto, la santa Iglesia nos manda rezar al Señor que nos conceda la poderosa ayuda de la intercesión de María para levantarnos de nuestros pecados con la conocida oración: "Concédenos, Dios de misericordia, el auxilio a nuestra fragilidad para que quienes honramos la memoria de la Madre de Dios, con el auxilio de su intercesión, nos levantemos de nuestros pecados".
Con razón san Lorenzo Justiniano la llama la esperanza de los que delinquen, porque ella sola es la que les obtiene el perdón de Dios. Acertadamente la llama san Bernardo escala de los pecadores, porque a los pobres caídos, ella, piadosa reina, les extiende su mano, los saca del precipicio del pecado y los lleva a Dios. Muy bien san Agustín la llama única esperanza de nosotros pecadores, ya que por su medio esperamos la remisión de todos nuestros pecados. Lo mismo dice san Juan Crisóstomo: que por la intercesión de María los pecadores recibimos el perdón. Por lo que el santo, en nombre de todos los pecadores, la saluda así: "Dios te salve, Madre de Dios y nuestra, cielo en que Dios reside, trono en el que dispensa el Señor todas las gracias; ruega al Señor por nosotros para que por tus plegarias podamos obtener el perdón en el día de las cuentas y la gloria bienaventurada en la eternidad".
Con toda propiedad, en fin, María es llamada aurora: "¿Quién es ésta que va subiendo como aurora naciente?" (Ct 6,10). Sí, porque observa el papa Inocencio: "Así como la aurora da fin a la noche y comienzo al día, así, en verdad, la aurora es figura de María que marcó el fin de los vicios y el comienzo de todas las virtudes". Y el mismo efecto que tuvo para el mundo el nacimiento de María, se produce en el alma que se entrega a su devoción. Ella clausura la noche de los pecados y hace caminar por la senda de la virtud. Por eso le dice san Germán: "Oh Madre de Dios, tu defensa es inmortal, tu intercesión es la vida". Y en el sermón del santo sobre su virginidad, dice que el nombre de María para quien lo pronuncia con afecto es señal de vida o de que pronto la tendrá.
Cantó María: "Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1,48). "Sí, Señora mía -le dice san Bernardo-; por eso te llamarán bienaventurada todos los hombres, porque todos tus siervos, por tu medio, han conseguido la vida de la gracia y la gloria eterna. En ti encontramos los pecadores el perdón, los justos la perseverancia y, después, la vida eterna". "No desconfíes, pecador -habla san Bernardino de Bustos-, aunque hayas cometido toda clase de pecados; recurre con absoluta confianza a esta Señora, porque la encontrarás con las manos rebosantes de misericordia, que más desea María otorgarte las gracias de lo que tú deseas recibirlas".
San Andrés Cretense llama a María seguridad del divino perdón. Se entiende que cuando los pecadores recurren a María para ser reconciliados con Dios, El les asegura su perdón y les da la prenda de esta seguridad. Esta prenda es precisamente María, que él nos la ha dado por abogada, por cuya intercesión, por los méritos de Jesucristo, Dios perdona a todos los pecadores que a ella se encomiendan. Dijo un ángel a santa Brígida que los santos profetas se regocijaban al saber que Dios, por la humildad y pureza de María, había de aplacarse con los pecadores y recibir en su gracia a los que habían provocado su indignación.
Jamás debe un pecador temer ser rechazado por María si recurre a su piedad; no, porque ella es la madre de la misericordia y, como tal madre, desea salvar a todos, hasta los más miserables. "María es aquella arca dichosa donde el que se refugia -dice san Bernardo- no sufrirá el naufragio de la eterna condenación. Arca en que nos libramos del naufragio". En el arca de Noé, cuando el diluvio, se salvaron hasta los animales. Bajo el manto de la protección de María se salvan también los pecadores. Vio santa Gertrudis a María con el manto extendido, bajo el que se refugiaban muchas fieras: leones, osos, tigres..., y vio que María no sólo no las ahuyentaba, sino que con gran piedad las acogía y acariciaba. Con esto entendió la santa que los pecadores más perdidos, cuando recurren a María, no sólo no son desechados, sino que los acoge y los salva de la muerte eterna. Entremos, pues, en este arca; vayamos a refugiarnos bajo el manto de María, que ella, ciertamente, no nos despachará, sino que, con toda seguridad, nos salvará.