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Cristo vino por María, viene y vendrá con ella
Diácono
Jorge Novoa
Un
coloquio familiar
Quisiera
en forma sencilla conversar con ustedes, mis hermanos, sobre nuestra madre
la Santísima Virgen María. Este fin, permite comprender que se
trata de algo familiar, vienen a mi mente dos ejemplos maravillosos, que
hemos heredado de nuestra rica tradición eclesial; uno es el diálogo que
mantienen San Agustín con su madre Santa Mónica en Aosta.
Dice
san Agustín en sus Confesiones: "Estando, pues, los dos solos
comenzamos a hablar, y nos era dulcísima la conversación: porque
olvidados de todo lo pasado, empleábamos nuestros discursos en la
consideración de lo venidero. [...]
Aspirábamos a acercar los labios de la boca de nuestro corazón a
aquellos raudales soberanos que manan de la inagotable fuente de la vida que
esta en Vos, para que, humedecidos al menos con sus aguas, según nuestra
capacidad, pudiésemos de algún modo pensar y discurrir sobre una cosa
sublime y elevada" [1]..
El
otro, lo recibimos de san Gregorio Magno, que al contarnos la vida de san
Benito ha conservado los coloquios que mantuvo con su hermana santa Escolástica.
"En
efecto, una hermana suya, llamada Escolástica, consagrada a Dios
todopoderoso desde su infancia, acostumbraba a visitarle una vez al año.
Para verla, el hombre de Dios descendía a una posesión del monasterio,
situada no lejos de la puerta del mismo. Un día vino como de costumbre y su
venerable hermano bajó donde ella, acompañado de algunos de sus discípulos.
Pasaron todo el día ocupados en la alabanza divina y en santos coloquios,
y al acercarse las tinieblas de la noche tomaron juntos la refección.
Estando aún sentados a la mesa entretenidos en santos coloquios, y
siendo ya la hora muy avanzada, dicha religiosa hermana suya le rogó:
"Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos hablar hasta
mañana de los goces de la vida celestial". A lo que él respondió:
"¡Qué es lo que dices, hermana! En modo alguno puedo permanecer fuera
del monasterio"[2][2].
Estos
coloquios están invadidos por un gozo especial, sumamente difícil de
comunicar por la palabra, un gozo que concluye abismándose en la acción de
gracias. En estos coloquios familiares sobre Dios, no se trata de
trasmitir información, debemos abrimos a la acción del Espíritu Santo
para que nos conceda una comunicación que se nutre de
"eternidad".
Dado
que estamos en Adviento, y María es el pórtico del Mesías, programaron
este encuentro que no concluirá en el plano de la reflexión, sino en el de
la oración, pues rezaremos con María un Rosario. Dejaremos caer las
cuentas como pétalos de rosas, repitiendo las palabras del ángel y
meditando los misterios de la vida de Cristo, y ello, atestigua la
indisoluble unidad que se da entre su Madre y Él. A tal punto, que el
evangelista San Juan, no la llama nunca por su nombre propio, no la llama
María, en su lugar, nos revela ese nombre único que tiene destinado desde
la eternidad: la madre de Jesús. Singular misión para la criatura más
excelsa: ser la Madre de Dios.
El
tríptico del Adviento
En
el Adviento se destacan tres aspectos relacionados con la venida de Cristo,
recordemos que para hablar de Nuestro Señor en su situación actual, la de
Resucitado, como lo presenta la Sagrada Escritura maravillosamente,
"sentado a la derecha del Padre", los verbos que denotan cambio,
aunque resultan apropiados para expresar la realidad humana, son
inapropiados para hablar de las cosas eternas. Comprendiendo y aceptando la
limitación del verbo venir, describamos los tres aspectos que declarábamos
existen en este tiempo litúrgico.
1-La
venida histórica, esa que fue preparada desde siempre, de la cual da
testimonio la Antigua Alianza, como el mismo Señor nos lo dice: "era
necesario que se cumpliera la Escritura". Ellas dan testimonio de que
Jesús es el Mesías prometido y esperado. El misterio de la Encarnación,
es al mismo tiempo, cumplimiento de la promesa y signo que remite a lo
singular de la Nueva Alianza.
2-Un
segundo aspecto, es personal, Cristo viene a cada uno de nosotros
suscitando la respuesta de fe. Preguntándonos como en Cesarea de Filipos:
¿Quién soy yo para ti? Cristo nace en el corazón de cada hombre que
responde por la fe a esta pregunta, vivificando toda su existencia. Esta
venida se da en una infinita gama de situaciones existenciales, también
viene para cada uno, en la hora
de nuestra muerte.
3-El
tercer aspecto, tiene un matiz escatológico, y hace referencia al
fin de los tiempos. El Señor de la historia vendrá, como dice la Sagrada
Escritura, "sobre las nubes del cielo, para juzgar" y " pondrá
a unos a su derecha y a otros a su izquierda". La Iglesia como esposa
del Señor anhela que vuelva, por eso el libro del Apocalipsis concluye con
esta invocación: "Ven Señor
Jesús".
Uniendo
ambas realidades, el Adviento y la Santísima Virgen, con la ayuda del Espíritu
del Señor, trataremos de acercarnos al misterio del Adviento en la
existencia de María. Intentaremos penetrar en los tres matices del Adviento
de Cristo en la vida de María: histórico, personal, y finalmente el
escatológico. El centro de nuestra atención será la fe de María, la que
se despliega en una confianza desbordante, para luego convertirse en el Si más
solidario de la historia de la salvación y finalmente alcanzar su plenitud
en la visión eterna.
Siguiendo
al gran maestro de Hipona, San Agustín, veremos en el primer aspecto lo que
llama "Credere Deo" (Confiar en Él), es la confianza de la fe. En
el segundo aspecto meditaremos el "Credere in Deun" (el camino de
la Fe), es el dinamismo de ponerse en camino viviendo con profundidad las
exigencias de la fe. Para finalmente acercarnos a este maravilloso
privilegio de la Santísima Virgen, en razón de que su espera está inmersa
en la fe que alcanzó su plenitud, es decir, la visión. El tercer aspecto
que está dado a lo largo de toda la existencia de María por el
"Credere Deum" (Contenido de la Fe), creer que Dios existe.
Meditaremos
con la intención de afianzarnos más en nuestro amor por la Santísima
Virgen, ella nos conduce a Jesús indicándonos el camino, pidámosle que
prepare nuestro hogar para acoger al Señor.
1-
Confía en la promesa (Confiar
en ÉL)
¿Cómo
esperó María el cumplimiento de la promesa que Dios había realizado a su
Pueblo? ¿Qué podemos conocer por la Sagrada Escritura y la Tradición de
esta espera de la Santísima Virgen?
En
tiempos de la Santísima Virgen, las expectativas en Israel por la llegada
del Mesías se multiplicaban, cada miembro del pueblo judío forjaba en su
corazón un Mesías. Cada movimiento religioso o político, presentaba al
Mesías con su propia impronta, pero a pesar de ello, podemos, aceptando que
es a grandes rasgos, distinguir dos modos de esperar el cumplimiento de la
promesa de Dios. Allí encontramos
las dos actitudes básicas, que en el plano humano describen también
experiencias espirituales. Si alguien nos visita, podemos recibirlo o
rechazarlo. Dios visita a su Pueblo, y encuentra estas respuestas, es
recibido por unos y rechazado por otros.
1.1-No
reconocieron la visita de Dios
Aquí
presentamos, en forma breve, algunas de las expectativas que existían en
Israel en tiempos de María. Estaban los Fariseos que esperaban un gran
legislador, que confirmara lo anunciado por la Ley (Torá) y exhortara al
pueblo a cumplir con los preceptos y sus interpretaciones (Trad. oral). Los
Saduceos aguardaban un Mesías que pusiera su acento en lo cultual,
restaurando Templo y su culto. Los Esenios hastiados por la corrupción del
Templo se retiraron a Qumrán, llevaban una vida comunitaria y esperaban que
el Mesías naciera allí, pero, como no comprendían como podía ser profeta
y rey una sola persona, esperaban dos. Los Zelotes esperaban un guerrero,
que liberaría a Israel de la dominación romana. Estos y otros grupos se
pueden poner bajo la bandera: "Dios confirmará lo que yo quiero".
Hay
un texto que aparece narrado en el Evangelio, y que muestra la dureza de
corazón de estos grupos, imposibilitados de reconocer el día de la vista
de Dios. El texto tomado del Evangelio según San Lucas, que realmente
estremece, es "el llanto de Jesús" por Jerusalén.
"Al
acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú
conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha
quedado oculto a tus ojos!.
Porque
vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te
cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el
suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra
sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»
Entrando
en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está
escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho
una cueva de bandidos!»
Enseñaba
todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los
escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no
encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de
sus labios."(Lc 19,41-48)
1.2-Dios
es "el que es"
Un
pequeño grupo de personas son llamados los "anawin", pobres de
Yahvéh, no se identifican por ser un movimiento organizado, son hombres y
mujeres del Pueblo que viven en una total dependencia de Dios. Yahvéh para
ellos, es fiel y misericordioso, ha conducido al pueblo a través del
desierto, alimentándolo con el Maná para introducirlo en una tierra que
mana leche y miel. En el "Magnificat", oración por excelencia de
los pobres de Yahvéh, María da testimonio de esto, anunciando que
Dios" auxilia a Israel su siervo acordándose de su misericordia como
lo había prometido a nuestros padre Abraham y su descendencia". Para
este grupo, Dios se manifestará y su presencia será evidente a los
humildes de corazón, el salmista se preguntaba "¿quien podrá subir
al monte del Señor? -y contestaba- un hombre de "manos inocentes y
puro corazón".
Los
"anawin" esperan al Mesías con una disponibilidad total a la acción
de Dios, encarnan en su propia existencia un modo de "vivir la
espera" del Mesías, en este grupo se inscriben; José, Juan Bautista,
Ana, Simeón, Zacarías, Isabel...y fundamentalmente María, "la
servidora del Señor", que resume en su corazón la inmensa espera del
resto de Israel y de todos los dispersos anawim, con su deseo enorme de
acoger a Dios plenamente; ella sintetiza y eleva todos los anhelos y
aspiraciones de la espera de Israel y los manifiesta en el Magníficat,
expresión perfecta del alma de los pobres de Yahvéh. Se caracterizan por
tener una gran confianza en la fidelidad de Dios y una total dependencia de
su generosa providencia que los sostiene en su espera.
"El
Señor mira desde el cielo, se fija en todos lo hombres;
desde
su morada observa a todos los habitantes de la tierra:
él
modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones" (Sl 32).
Hay
dos modos de ser hijo de Abraham, según las Escrituras, el que manifiesta
la Antigua Alianza, por la sangre y el otro, manifestación de la plenitud
de la Nueva Alianza, que es por la fe. María es hija de Abraham por el
ejercicio de su fe, Isabel destacará este aspecto: "feliz de ti que
has creído se cumpliría lo que te fue anunciado". María compendia la
fe de Israel y personifica su fiel espera, tornándose la imagen del
centinela que aguarda la aurora de la salvación. Susurra María en oración
con Israel, "al alba te esperaré" ataviada y engalanada "
con la luna bajo los pies", para aplastar a la serpiente antigua con el
Sí de la liberación. En el corazón de María peregrina la fe del pueblo,
que salió con Abraham de Ur, con Moisés de Egipto, que regresó con los
desterrados de Babilonia, y ahora se concentra en la angosta tierra de
Nazaret, en la vida escondida para el mundo pero siempre presente para Dios
de la Hija de Sión.
"Por
lo tanto, la fe de María puede parangonarse también a la de
Abraham, llamado por el Apóstol « nuestro padre en la fe » (cf. Rm
4, 12). En la economía salvífica de la revelación divina la fe de Abraham
constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la
Anunciación da comienzo a la Nueva Alianza. Como Abraham « esperando
contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones »
(cf. Rm 4, 18), así María, en el instante de la Anunciación, después
de haber manifestado su condición de virgen (« ¿cómo será esto, puesto
que no conozco varón? »), creyó que por el poder del Altísimo,
por obra del Espíritu Santo, se convertiría en la Madre del Hijo de Dios
según la revelación del ángel: « el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios » (Lc 1, 35)" (RM n 14). Con la
Anunciación comienza el Adviento de nueve meses de María, en ellos la
Virgen preparara su corazón, solidarizándose con la primera madre, Eva,
"precisamente porque esta libre de pecado. Mas, aun, se solidariza con
su pueblo Israel, que desde hace tiempo esta esperando al Mesías"[3].
María
hurgó en las Escrituras, oró con los salmos y ello le permitió
"sintonizar" la frecuencia del Espíritu de Dios que
"aleteaba desde la creación" hasta el día en que se posaría con
su sombra sobre ella, la "llena de gracia". María se preparó, ¿"qué
quiere Dios de mí?" Ella alimentó su amor con una confianza
desbordante, hoy patrimonio de sus hijos en la Iglesia, que van cada tanto,
y a veces tibiamente, a buscar con sus cántaros, el agua que brota de la
fuente de su Corazón Inmaculado.
"Alégrate"
(jaris), así la saludó el ángel y así lo hacemos nosotros, Dios ha
mirado tu pequeñez, canta llena gozo Hija de Sión, las maravillas que Dios
ha obrado en ti, porque nosotros uniéndonos a todas las generaciones te
aclamamos como bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en
ti.
Resumiendo
este primer
aspecto del adviento: María bebió en la fe de su pueblo, hasta rastrear
las huellas del Creador en su historia personal, esto le descubrió el
rostro misericordioso de Dios, y penetrado con una total confianza en su
acción fiel, se puso en camino esperando el día de la salvación.
"Creer quiere decir « abandonarse» en la verdad misma de la palabra
del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente « ¡cuan
insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! » (Rm
11, 33)" (RM n 14).
2-
Responde en la Fe al Dios que viene en Jesús (La fe como camino)
"Sin
embargo las palabras de Isabel « Feliz la que ha creído» no se aplican únicamente
a aquel momento concreto de la Anunciación. Ciertamente la Anunciación
representa el momento culminante de la fe de María a la espera de Cristo,
pero es además el punto de partida, de donde inicia todo su «
camino hacia Dios », todo su camino de fe" (RM n 14)". María
es una experiencia singular de la fe que descansa en el corazón de la
Iglesia ¿Cómo vivió en la fe la llegada Mesías a su vida? ¿Qué
elementos aparecen en los Evangelios para destacar?. "María, que por
la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el
centro mismo de aquellos « inescrutables caminos» y de los « insondables
designios» de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando
plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio
divino" (RM n 14 ).
Debemos
decir que María Santísima es un universo, de esta hermosa variedad yo tome
una expresión que me parece la definen como madre creyente: "guardaba
estas cosas en su corazón". El corazón parece ser el receptáculo de
nuestras mejores cosas y también de las peores, "del corazón -dice
Jesús- sale lo que hace al hombre enemigo de Dios".
Cuando el hombre en su corazón guarda
esperanzadoramente aquello que agrada a Dios, y se va transformando en un
corazón amigo, Dios lo convierte en sagrario. María es el primer corazón
transformado en sagrario, es el corazón amigo de Dios y esta experiencia
materna de la fe es únicamente mariana.
La
fe siempre aparece vinculada a tres sentidos:
a)
el oído: se nos exhorta en la Sagrada Escritura a escuchar la
Palabra de Dios, Dios habla el hombre escucha, dice el salmista "habla
Señor que tu siervo escucha", b) también aparece " la
vista"; dirá Simeón", "ahora puedes dejar ir a tu
siervo en paz, porque mis ojos han visto la salvación", c) en tercer
lugar se da "el tacto", y ciertamente que esta es una
experiencia de la fe apostólica, San Juan en sus escritos hace referencia
al Verbo de la Vida que tocaron con sus manos, pero el oído y la vista
anteceden al tacto. La fe aparece vinculada íntimamente a estos sentidos,
en María hay un "plus" único que invierte el orden y fecunda más
plenamente su fe, en ella "el tacto" antecede a la vista, siente
en su vientre a Jesús y se adhiere fuertemente por la fe.
Isabel
llevando en su seno al Bautista la saludará como "la madre de mi Señor",
la visita de María que cuida del Eterno en su vientre" hace saltar al
niño que lleva Isabel. El Bautista ya en el vientre de su madre saluda al
Salvador que es custodiado en el vientre de María. La maternidad determina
siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la
madre con el Hijo y la del Hijo con la madre. Esta penetrante unidad de la
Madre y el Hijo, plenificada por la gracia es comunicada a la Iglesia por la
acción del Espíritu Santo.
¿Qué
guardaba María en su corazón? María como modelo de los creyentes, ha
adherido con una fe plena a la Revelación del Dios de Israel, esta fe no
tiene ningún atributo especial, es la fe creyente. La que ha creído (Lc
1,45) vive cada día el contenido de estas palabras, pues "la fe es un
contacto con el misterio de Dios. María constantemente y diariamente esta
en contacto con el misterio inefable de Dios que se ha hecho hombre,
misterio que supera todo lo que ha sido revelado en la Antigua Alianza"
(RM n 17). Esta actitud de María aparece sobre todo en las situaciones que
aún le son incomprensibles. El misterio insondable del Hijo es guardado en
el corazón de su madre, y ella como testigo del crecimiento, en
"gracia y sabiduría delante de Dios y los hombres" despliega el
don de la maternidad con una fe inquebrantable, "he aquí, la servidora
del Señor". María guardaba en su corazón la Palabra del Señor.
De
todas las vivencias, la fe se va forjando un cofre, son los tesoros de la fe
que resultan de mucho consuelo en los momentos en que ésta exige una
obediencia en la más absoluta oscuridad. Allí, sacamos del cofre de la fe
los consuelos de nuestra vida con el Señor, el corazón guarda como memoria
religiosa la visita de Dios a nuestras cosas.
María
recordaba como lo hacía Israel, "shema Israel". Su corazón se
nutre de una promesa que descubre las acciones de Dios en su vida, cada
palabra del arcángel Gabriel, ardía en su corazón en los momentos de
oscuridad. Rumiaba en la oración, la grandeza del "fruto de su
vientre", y la visita del "Altísimo" a la modesta Nazaret.
También rastreó la voz de Dios en las palabras de Simeón, cuando
desbordando de gozo en el Templo, declara que ha visto la salvación, anunciándole
que una "espada le atravesaría" su alma. Intentamos imaginarla
orando y con una oración tan sublime, que ciertamente se nos escabulle por
la pobreza de nuestra mente.
El
evangelio según S. Lucas en el período de la infancia de Jesús (Cap.1-3)
es testigo de esa solícita verdad, ella "guardaba las cosas en su
corazón", es decir, les hace sitio para considerarlas allí
activamente. "El termino griego correspondiente symballein, significa
concretamente, poner juntamente, mover aquí y allá: Mirar desde todos los
lados"[4].
Fue el más cálido receptáculo humano en el que Dios depositó el sagrado
tesoro de la vida oculta de su Hijo. Cada palabra del Hijo esta guardada en
el corazón de su madre, estas alimentarán esa trágica tarde, cuando
"el cielo se oscureció", y el velo del Templo se rasgó. Todos
estos acontecimientos a María la encuentran al pie de la Cruz.
"Junto
a la Cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer
de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al
discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu
hijo". Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y
desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn. 19,25-27)
3-
Puerta del cielo "Ianua caeli"
(Visión)
El
matiz escatológico del Adviento en María, nos invita a recordar que Ella
ya está en la plenitud. María ya está resucitada con el Señor, como la
invocamos en el quinto misterio glorioso, "como reina y Señora de todo
lo creado". María ejerce su maternidad universal intercediendo por sus
hijos. Narran que el santo P. Pío de Pietrelcina, contaba esta historia,
-San Pedro le decía a Jesús en el cielo -, "tú me das las llaves y
me pides que cierre la puerta del cielo, pero apenas lo hago, tu Madre abre
todas las ventanas". María espera la consumación definitiva
intercediendo por sus hijos, abriendo de par en par las ventas del cielo,
para que muchos más comensales se sienten en el banquete eterno. Esta
mediación (participada) nace de la maternidad espiritual, recibida al pie
de la Cruz, "madre (María) he ahí a tu hijo (Juan)", es la madre
de los creyentes por voluntad del Hijo. "El redentor confía su Madre
al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de María
que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo
hace personalmente a cada hombre" (RM n 45).
Un
don que María ejerce como puerta del cielo. Recordemos que una de las
invocaciones de las Letanías es "puerta del cielo" (Iánua
caeli), su vida, es un maravilloso compendio de amor a Dios y a los hombres.
No olvidemos, como en las Boda de Cana, intercedió ante su Hijo por las
necesidades de los hombres, "no tienen vino", dejándonos un
ejemplo de su mediación permanente, y una materna recomendación;
"hagan todo lo que Él les diga".
Resumiendo:
María glorifica a Dios en la eternidad e intercede ante su Hijo, como
miembro activo y singular de la Iglesia triunfante, aparece radiante, como
en el cap. 12 del Apocalipsis, ella es la mujer vestida de sol.
María
aguardó confiadamente la promesa del Padre, consoló y confortó a los discípulos
en Jerusalén, y luego de la Ascensión del Hijo, camina con nosotros. El
amor de mujer tiene ese toque fino y delicado por el cual una pieza fría se
convierte en hogar, hay detalles que son solamente perceptibles por las
madres, en ese lenguaje intuitivo la madre conoce al Hijo de forma única.
Que Ella, la madre de Jesús, prepare delicadamente nuestro corazón para
que anhele la visita del Señor. Que nosotros podamos desear tener un corazón
de amigo, para que ella lo adorne como sagrario, lugar permanente de la
presencia de Dios.
"
Imitemos la fe de quien recibió sin sombra de duda el mensaje
divino.
Imitemos
la paciencia de quien soporto sin decir una sola palabra el
desconcierto de San José.
Imitemos
la obediencia de quien subió a Belén en invierno y dio a luz a
Nuestro Señor en un establo.
Imitemos
el espíritu de oración de quien ponderaba en su corazón lo que veía
y oía acerca de su Hijo.
Imitemos
la fortaleza de quien tuvo un corazón traspasado por una espada de
dolor.
Imitemos,
en fin, la entrega de quien dio a su Hijo durante su ministerio
publico y acepto con abnegación su muerte en la Cruz"[5]
San
Gregorio Magno, Vida de San Benito, Cap. XIII
Hans
Urs von Balthasar; María hoy, Encuentro Madrid, 1988, p.24.
Hans Urs von Balthasar; María hoy, Encuentro Madrid, 1988, p.36.
J. H. Newman;
Rosa mística, Palabra - Madrid, pp. 139-140.
(Charla
realizada en la Parroquia Inmaculada Concepción, 15/12/01) He rehojeado
permanentemente de Juan Pablo II, "Redemptoris Mater", un
verdadero compendio sobre la vida y misión, como misterio de
intimidad y unidad, que se da entre Jesús, María y la Iglesia.
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