La
Sagrada Familia
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San Lucas 2, 22-40
«Después
que se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí
hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él
se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí
permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que dijo el
Señor por medio del Profeta: De Egipto llamé a m hijo.» (Mateo
2, 13-15)
1º.
José, obedeces los planes divinos sin rechistar, con una fidelidad
exquisita.
¿Has
de marchar a Egipto?
Coges
a la familia y vas para allá.
¿No
podría Dios haber resuelto el problema de un modo más sencillo?
¿No
era ésa, en definitiva, la familia de Jesús, su propio hijo?
No
te quejas, no pierdes el ánimo.
Habrá
que salir de noche -deprisa-, con lo puesto.
Habrá
que volver a empezar, en aquella tierra desconocida y lejana.
Dios
sabe más: hágase su voluntad.
Madre,
¡cómo debiste sufrir la noche de la huida a Egipto!
El
Niño era muy pequeño; el viaje, largo.
Había
que escoger -de entre los enseres familiares- sólo lo imprescindible.
Además,
estaban persiguiendo a Jesús... «¡para
matarlo!»
Pero
no salió de tu boca ni una mueca de enfado, ni una palabra de rebeldía.
Tu
sonrisa calmada y el silencio de Jesús -que dormía plácidamente- llenaban
aquel hogar de paz, de alegría, de luz, en medio de aquella oscura noche.
2º.
«Al pensar en
los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue
el de la Sagrada Familia. (...) Cada hogar cristiano debería ser un
remanso de serenidad, en el que, por encima de las pequeñas contradicciones
diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad
profunda, fruto de una fe real y vivida.
El
matrimonio no es, para el cristiano, uno simple institución social, ni
mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica
vocación sobrenatural. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice
San Pablo, y, a la vez e inseparablemente, contrato que un hombre y uno
mujer hacen para siempre, porque queramos o no el matrimonio instituido por
Jesucristo es indisoluble: signo sagrado que santifica, acción de
Jesús que invade el alma de los que se casan y les invita o seguirle,
transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra.
Los
casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa
unión; cometerían por eso un grave error si edificaran su conducta
espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar las
relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo
por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y
mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad
social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos
cristianos deben sobrenaturalizar.
La
fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los
problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la
ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber La caridad
lo llenará así todo, y llevará o compartir las alegrías y los posibles
sinsabores; a saber sonreír olvidándose de las propias preocupaciones para
atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos,
mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto
menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en
montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está
compuesta la convivencia diaria.
Santificar
el hogar día o día; crear, con el cariño, un auténtico ambiente de
familia: de eso se trata»
(Es Cristo que pasa.-22-23).
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