María,
sácame de mi desesperanza
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
Una
tónica muy corriente en nuestro mundo es la de desesperar, pues, de tumbo
en tumbo va el hombre de hoy perdiendo su esperanza y esto le arrastra a una
amargura y desesperación.
¿Por
qué la desilusión de muchas personas? Porque han puesto toda su felicidad
en cosas o en personas humanas, y nada de eso le llena su capacidad de
felicidad, por eso al no satisfacerle plenamente se desilusiona, se
desespera.
María nos
saca de un apego a cosas para conseguirnos el descubrimiento de las alegrías
que nos proporciona el amar a
las personas, ya que éstas son “imagen y semejanza” de Dios, que es su
Hijo.
Cuando
el amor, que decimos tener a las personas, nos hace perder los horizontes de
los que sufren, entonces María nos lleva de la mano, para que nos pongamos
en las de su Hijo.
El
hombre de hoy aparte de las dificultades propias de su naturaleza añade
algunas como endémicas de la épocas en que vivimos: Prisas, injusticias,
hambre, guerra, etc..., todas ellas sirven de jalones, para que no busquemos
esa huidiza felicidad propiedad de un materialismo que nos invade por todas
partes, sino que sirven para que apostemos por Alguien, que nunca se
desesperó ni ante la incomprensión de quienes le trataron de cerca, ni
ante el aparente fracaso de toda su obra, una vez le crucificaron.
María
nos ayuda con su vida cómo en las pruebas nunca debemos desesperarnos, quedándonos
inmovibles ante las dificultades por muy duras que sean, pues, la esperanza
se apoya en la fe y esto nos hace ver todo lo que nos rodea como algo de lo
que podemos sacar siempre un bien (Rm. 8,28).
El
horizonte oscuro que sobre nosotros se extienden en distintos campos de la
vida, nos crea tal vez unos cristianos mediocres
por carecer de esa luz, que nos hace dar un sentido positivo a la vida. El
que acude a María, encuentra en Ella una “vida, esperanza y dulzura” en
medio de las dificultades, que le hace salir airoso. Ella nos sacará de
nuestra desesperanza.
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