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Reflexiones
Marianas
Libro:
"Amigos de Dios
San
Josemaría Escrivá de Balaguer
Madre de Dios, Madre nuestra
Ahora,
en cambio, en el escándalo del Sacrificio de la Cruz, Santa María estaba
presente, oyendo con tristeza a los que pasaban por allí, y blasfemaban
meneando la cabeza y gritando: ¡Tú, que derribas el templo de Dios, y en
tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo!; si eres el hijo de Dios,
desciende de la Cruz. Nuestra Señora escuchaba las palabras de su Hijo,
uniéndose a su dolor: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?. ¿Qué podía hacer Ella? Fundirse con el amor redentor de
su Hijo, ofrecer al Padre el dolor inmenso —como una espada afilada— que
traspasaba su Corazón puro.
De nuevo Jesús se siente confortado, con esa presencia discreta y amorosa
de su Madre. No grita María, no corre de un lado a otro. Stabat: está
en pie, junto al Hijo. Es entonces cuando Jesús la mira, dirigiendo después
la vista a Juan. Y exclama: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice
al discípulo: ahí tienes a tu Madre. En Juan, Cristo confía a su
Madre todos los hombres y especialmente sus discípulos: los que habían de
creer en El.
Felix culpa, canta la Iglesia, feliz culpa, porque ha alcanzado tener
tal y tan grande Redentor. Feliz culpa, podemos añadir también, que nos ha
merecido recibir por Madre a Santa María. Ya estamos seguros, ya nada debe
preocuparnos: porque Nuestra Señora, coronada Reina de cielos y tierra, es
la omnipotencia suplicante delante de Dios. Jesús no puede negar nada a María,
ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre.
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