María no es complicada

 

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

 

 

En la sencillez está la perfección, por eso nosotros mostramos nuestra imperfección al complicarnos la vida en el decir, pensar y actuar.

¡Cuantas veces nos complicamos en nuestra manera de hablar! Ponemos junto a un nombre unos adjetivos en grado superlativo, queriendo de esta manera manifestar nuestra distancia con la persona a la  que nos dirigimos.

Cuando Jesús nos enseñó a dirigirnos a Dios, nos dijo que le llamásemos “Padre Nuestro”. Palabras conocidas y al alcance de todas las inteligencias.

Cuando María se dirige a Jesús, lo hace con una sencillez propia, fruto de la fe: “No tienen vino” (Jn. 2,3). Ella conocedora del problema lo expone con naturalidad consciente del poder y del amor de su Hijo.

Ella, cuando se dirige a nosotros, no cae en el defecto de decirnos una lista bien nutrida de recomendaciones, para que las llevemos a la práctica, todos los consejos que nos ha dado se resumen en el que dio también en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

Cuando recibe la embajada del Cielo para pedir su consentimiento de Madre del Mesías, pone una dificultad natura: ¿Cómo iba a ser Madre sin unión sexual? (Lc. 1,35). Ella no se pregunta más, no escudriña la inteligencia para ve qué trabas podía aducir. Acepta incondicionalmente la propuesta de la que el Ángel es emisario, dándonos lecciones con su fe de que para decirle a Dios que sí no hay que pensarlo mucho.

La simplicidad lleva consigo una sencillez y candor, que solo las almas grandes y nobles pueden disfrutar como patrimonio de su riqueza interior. Toda virtud es fuerte y atractiva  al mismo tiempo, ésta de la simplicidad hace que la manera de ser y actuar de quien la posee nos incite a los demás a conseguirla, no porque nos parezca baladí, sino por la grandeza de ánimo que supone tenerla.