Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo


San Bernardo

 

 

 

1. Me agrada usar de las palabras de los santos siempre que oportunamente se pueden adaptar a los asuntos que trato, para que así se hagan más gratas, a lo menos por la belleza de los vasos, las cosas que en mis discursos presento al lector. Pero, por comenzar ahora con las expresiones del profeta, ¡ay de mí! , no a la verdad al modo del profeta, porque callé, sino porque he hablado, pues mis labios son impuros. ¡Ay! ¡Cuántas cosas vanas, cuántas cosas falsas, cuántas cosas torpes me acuerrdo haber vomitado por esta misma asquerosísima boca mía, en que ahora presumo tratar palabras celestiales! Mucho terno que esté cerca aquel momento en que haya de oír que me dicen: ¿Cómo cuentas tú mis justicias y tomas mi testamento en tu boca ? Ojalá que a mí también me trajeran del soberano altar, no una sola ascua, sino un globo grande de fuego que consumiese enteramente la mucha e inveterada inmundicia de mi sucia boca, a fin de hacerme digno de repetir con mi expresión, tal cual ella sea, los gratos y castos coloquios del ángel con la Virgen y la respuesta de la Virgen al ángel. Dice, pues, el evangelista: Y habiendo entrado el ángel a ella, sin duda a María, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. ¿Adónde entró a ella? Juzgo que al secreto de su casto aposento, en donde quizá, cerrada la puerta sobre sí, estaba en lo oculto orando al Padre. Suelen los ángeles estar presentes a los que oran y deleitarse en los que ven levantar sus puras manos en la oración; se alegran de ofrecer a Dios el holocausto de la devoción santa como incienso agradable al cielo. Cuánto habían agradado las oraciones de María en la presencia del Altísimo, lo indica el ángel saludándola con tanta reverencia. Ni fué dificultoso al ángel penetrar en el secreto aposento de la Virgen, pues por la sutileza de su substancia tiene la natural propiedad de que ni las cerraduras de hierro le pueden estorbar la entrada a cualquiera parte que su ímpetu le lleve. No resisten a los angélicos espíritus las paredes, sino que les ceden todas las cosas visibles; y todos los cuerpos, por más sólidos o densos que sean, están francos y penetrables para ellos. No se debe, pues, sospechar que encontrase el ángel abierta la puertecita de la Virgen, cuyo propósito era evitar la concurrencia de los hombres y huir de sus conversaciones; para que así, o no fuese perturbado el silencio de su oración, o no fuese tentada su castidad, de que hacía profesión. Por tanto, había cerrado sobre sí su habitación en aquella hora la Virgen prudentísima, pero a los hombres, no a los ángeles; por consiguiente, aunque pudo entrar el ángel donde estaba, pero a ninguno de los hombres era la entrada fácil.

2. Habiendo, pues, entrado el ángel a María, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Leemos en los Actos de los Apóstoles que San Esteban estuvo lleno de gracia y que los apóstoles también estuvieron llenos del Espíritu Santo; pero muy diferentemente que María; porque, a más de otras razones, ni en aquél habitó la plenitud de la divinidad corporalmente, como habitó en Maria, ni éstos concibieron del Espíritu Santo, como María. Dios te salve, dice, llena de gracia, el Señor es contigo. ¿Qué mucho estuviera llena de gracia, si el Señor estaba con ella? Lo que más se debe admirar es cómo el mismo que había enviado el ángel a la Virgen fué hallado con la Virgen por el ángel. ¿Fué Dios más veloz que el ángel, de modo que con mayor ligereza se anticipó a su presuroso nuncio para llegar a la tierra? No hay que admirar, porque estando el Rey en su reposo, el nardo de la Virgen dió su olor y subió a la presencia de su gloria el perfume de su aroma y halló gracia en los ojos del Señor, clamando los circunstantes:¿Quién es esta que sube por el desierto como una columnita de humo formada de perfumes de mirra e incienso? Y al punto el Rey, saliendo de su lugar santo, mostró el aliento de un gigante para correr el camino; y, aunque fué su salida de lo más alto del cielo, volando en su ardentísimo deseo, se adelantó a su nuncio, para llegar a la Virgen, a quien había amado, a quien había escogido para sí, cuya hermosura había deseado. Al cual, mirándole venir de lejos, dándose el parabién y llenándose de gozo, le dice la Iglesia: Mirad cómo viene éste saltando en los montes, pasando por encima de los collados .

3. Mas con razón deseó el Rey la hermosura de la Virgen, pues había puesto por obra todo lo que mucho antes había sido amonesta(la por David, su padre, que la decía: Escucha, hija, y mira; inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Y si esto haces, deseará el Rey tu hermosura. Oyó, pues, y vió; no como algunos, que oyendo no oyen y viendo no entienden, sino que oyó y creyó; vió y entendió. Inclinó su oído a la obediencia y su corazón a la enseñanza, y se olvidó de su pueblo y de la casa de su padre; porque ni pensó en aumentar su pueblo con la sucesión ni intentó dejar herederos a la casa de su padre, sino que todo el honor que pudiera tener en su pueblo, todo lo que pudiera tener de bienes terrenos por sus padres, lo abandonó como si fuera basura, para ganar a Cristo. Ni la engañó su pensamiento, pues logró, sin violar el propósito de su virginidad, tener a Cristo por hijo suyo. Con razón se llama llena de gracia, pues tuvo la gracia de la virginidad; y, a más de eso, consiguió la gloria de la, fecundidad.



4. Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. No dijo el ángel: el Señor está en ti, sino: el Señor es contigo; porque, aunque Dios está igualmente en todas partes por su simplicísima substancia, con todo eso, está de diferente modo en las criaturas racionales que en las demás; y en aquellas mismas todavía de otra suerte en los buenos que en los malos, por su eficacia. De tal modo sin duda está en las criaturas irracionales, que no puede caber en ellas; en las racionales puede caber por el conocimiento, pero sólo halla cabida en los buenos por el amor. Así, sólo en los buenos está de tal manera, que también está con ellos por la concordia de la voluntad; porque, cuando sujetan de tal modo sus voluntades a la jus. ticia, que no es indecente a Dios querer lo que ellos quieren, por lo mismo que no se apartan de su voluntad, se juntan a sí mismos con especialidad a Dios. Mas, aunque de esta suerte está en todos los santos, particularmente está con María, con la cual tuvo tanta concordia, que juntó a sí mismo no sólo su voluntad, sino su misma carne también; y de su substancia y de la de la Virgen hizo un solo Cristo o, diciendo mejor, se hizo un solo Cristo; el cual, aunque ni todo de la substancia de Dios ni todo de la substancia de la Virgen, sin embargo, todo es de Dios y todo de la Virgen; no siendo por eso dos hijos, sino sólo un hijo de uno y de otro. Dice, pues: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo. No solamente el Señor Hijo es contigo, al cual distes tu carne, sino también el Señor Espíritu Santo, de quien concibes; y el Señor Padre, que engendró al que tú concibes. El Padre, repito, es contigo, que hace a su Hijo tuyo también. El Hijo es contigo, quien, para obrar en ti este admirable misterio, se reserva a sí con un modo maravilloso el arcano de la generación y a ti te guarda el sello virginal. El Espíritu Santo es contigo, pues con el Padre y con el Hijo santifica tu seno. El Señor, pues, es contigo.



5. Bendita tú eres entre las mujeres. Quiero juntar a esto lo que añadió Santa Isabel a estas mismas palabras, diciendo: Y bendito es el fruto de tu vientre. No porque tú eres ben. dita es bendito el fruto de tu vientre, sino porque él te previno con bendiciones de dulzura, eres tú bendita. Verdaderamente es bendito el fruto de tu vientre, pues en él son benditas to. das las gentes; de cuya plenitud también recibiste tú con los demás, aunque de un modo más excelente que los demás. Por tanto, sin duda eres tú bendita, pero entre las mujeres; mas él es bendito, no entre los hombres,no entre los ángeles precisamente, sino como quien es, según habla el Apóstol, sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Suele llamarse bendito el hombre, el pan bendito, bendita la mujer, bendita la tierra y las demás cosas en las criaturas que están benditas; pero singularmente es bendito el fruto de tu vientre, siendo él, sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos.



6. Bendito, pues, es el fruto de tu vientre. Bendito en el olor, bendito en el sabor, bendito en la hermosura. La fragancia de este odorífero fruto percibía aquel que decía: El olor que sale de mi Hijo es semejante al de un campo lleno que el Señor colmó de sus bendiciones . ¿No será bendito aquel a quien colmó de sus bendiciones el Señor? Del sabor de este fruto, uno que le había gustado, eructaba de este modo, diciendo: Gustad y ved qué suave es el Señor»; y en otra parte: ¡Qué grande es, Señor, la abundancia de tu dulzura, que has escondido y reservado para los que te temen! Y otro también: Si es que habéis gustado que es dulce el Señor . Y el mismo fruto de sí mismo, convidándonos a sí: El que me come, dice, tendrá todavía hambre; y el que me bebe, tendrá todavía sed . Sin duda decía esto por la dulzura de su sabor, que gustado excita el apetito. Buen fruto el que es comida y bebida a un tiempo para las almas que tienen hambre y sed de la justicia. Oíste ya su olor, oíste su sabor, oye también su hermosura; porque, si aquel fruto de muerte no sólo fué suave para comerse, sino también, por testimonio de la Escritura, agradable a la vista, ¿cuánto más cuidadosamente debemos informarnos de la vivificante hermosura de este fruto vital, en quien, por testimonio igualmente de la Escritura, desean mirar los ángeles mismos? Cuya belleza miraba en espíritu y deseaba ver en el cuerpo aquel que decía: De Sión viene el esplendor de su hermosura. Y, porque no te parezca que alababa una belleza mediana solamente, acuérdate de lo que tienes escrito en otro salmo: Tú sobrepasas en belleza a todos los hijos de los hombres; la gracia está derramada en tus labios; por eso Dios te bendijo para siempre.

7. Bendito, pues, el fruto de tu vientre, al cual bendijo Dios para siempre; por cuya bendíción también eres bendita tú entre las mujeres, porque no puede un árbol malo llevar un fruto bueno. Bendita tú, vuelvo a decir, entre las mujeres, pues te libraste de la general maldición en que se dijo: En tristeza darás a luz los hijos; y no menos de aquella que se siguió: Maldita la estéril en Israel; y conseguiste una especial bendición, por la cual ni permaneces estéril ni das a luz con dolor.¡Dura necesidad y yugo grave que oprime a todas las hijas de Eva! Si dan a luz son atormentadas con los dolores; si no dan a luz, son maldecidas. ¿Qué harás, virgen, que oyes esto y que lees esto? Si deseas tener parto, serás afligida entre angustias; si permaneces estéril, serás maldecida. ¿Qué escoges, Virgen prudente? Por todas partes, dice, me cercan angustias. Sin embargo, mejor es para mí incurrir en la maldición y permanecer casta, que concebir primero por la concupiscencia lo que después justamente había de dar a luz con dolor. Por esta parte, aunque veo la maldición, pero no el pecado; mas por la otra veo el pecado y juntamente el tormento. En fin, ¿esta maldición es más que el improperio de los hombres? No por otra cosa se llama la estéril maldita, sino porque los hombres la improperarán y despreciarán como inútil e infructuosa en Israel. Pero para mí nada importa que desagrade a los hombres, como pueda presentarme a Cristo Virgen casta. ¡Oh Virgen prudente! ¡Oh Virgen devota! ¿Quién te enseñó que agradaba a Dios la virginidad? ¿Qué ley, qué rito, qué página del Viejo Testamento manda o aconseja y exhorta a vivir en la carne castamente y a tener una vida propia de los ángeles de la tierra? ¿En dónde has leído, Virgen devota, que la sabiduría de la carne es muerte; y no queráis contentar vuestra sensualidad satisfaciendo a sus deseos? ¿En dónde has leído de las vírgenes que cantan un nuevo cántico que ningún otro puede cantar y que siguen al Cordero adondequiera que vaya? ¿En dónde has leído que son alabados los que se hicieron continentes por el reino de Dios ? ¿En dónde has leído: Aunque vivimos en la carne, nuestra conducta no es carnal? y ¿aquel que casa a su hija, hace bien; y aquel que no la casa, hace mejor? ¿Dónde has oído: Quisiera que todos vosotros permanecierais en el estado en que yo me hallo; y bueno es para el hombre si así permaneciere, como yo le aconsejo? En cuanto a las vírgenes, dice, no he recibido precepto del Señor, pero doy consejo. Mas tú, no digo precepto, pero ni consejo, ni ejemplo tenías, sino que la interior moción de Dios te lo enseñaba todo, y su palabra viva y eficaz, haciéndose primero tu maestro que hijo tuyo, instruyó antes tu mente, que se vistió de tu carne. Haces voto, pues, de presentarte a Cristo virgen, sin saber que está reservado para ti ser Madre. Escoges ser despreciable en Israel e incurrir en la maldición de la esterilidad para agradar a aquel Señor en cuyos ojos obras lo más perfecto; y mira cómo la maldición se trueca en bendición y la esterilidad se recompensa con la fecundidad.

8. Abre, Virgen, el seno, dilata el regazo, prepara tus castas entrañas, pues va a hacer en ti cosas grandes el que es todopoderoso, en tanto grado, que en vez de la maldición de Israel te llamarán bienaventurada todas las generaciones. No tengas por sospechosa, Virgen prudentísima, la fecundidad; porque no disminuirá tu integridad. Concebirás, pero sin pecado; estarás embarazada, pero no cargada; darás a luz, pero no con tristeza; no conocerás varón y engendrarás un hijo. ¿Qué hijo! De aquel mismo serás Madre de quien Dios es Padre. El hijo de la caridad paterna será la corona de tu castidad; la sabiduría del corazón del Padre será el fruto de tu virgineo seno; a Dios, en fin, darás a luz y concebirás de Dios. Ten, pues, ánimo, Virgen fecunda, madre intacta, porque no serás maldecida jamás en Israel ni contada entre las estériles. Y si con todo eso el Israel carnal te maldice, no porque te mire estéril, sino porque sienta que seas fecunda; acuérdate que Cristo también sufrió la maldición; el mismo que a ti, que eres su madre, bendijo en los cielos; pero aun en la tierra igualmente eres bendecida por el ángel, y por todas las generaciones de la tierra eres llamada, con razón, bienaventurada. Bendita, pues, eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.



9. La cual, habiendo oído tales palabras, se turbó y estaba entre sí pensando en la salutación. Suelen las vírgenes que verdaderamente aman la virginidad estar siempre temerosas y nunca seguras; y para precaverse de lo que en realidad es temible, suelen temer aun en aquello que no tiene riesgo, considerando que llevan un tesoro precioso en un vaso de barro y que es muy arduo vivir como los ángeles entre los hombres, conducirse en la tierra al tenor de los que habitan en el cielo y guardar en el cuerpo frágil la pureza del celibato. Por consiguiente, al ver una cosa nueva o repentina, sospechan asechanzas y piensan que todo se maquina contra ellas. Por eso María se turbó a las palabras del ángel; turbóse, mas no se perturbó. Me turbé, dice el profeta, y no hablé, sino que medité los días antiguos y tuve en mi pensamiento los años eternos . A este modo María se turbó y no habló, sino que pensaba entre sí qué salutacíón sería ésta. Haberse turbado fué pudor virginal; no haberse perturbado, fortaleza; haber callado y pensado, prudencia. Estaba entre sí pensando en la salutación. Sabía esta Virgen prudente que muchas veces Satanás se transforma en ángel de luz; y, porque era humilde y sencilla, no esperaba cosa semejante de un ángel santo; y por eso pensaba entre sí qué salutación sería ésta.

10. Entonces el ángel, mirando a la Virgen y advirtiendo facilísimamente que revolvía en su corazón pensamientos varios, la consuela en sus temores, la ilustra y fortalece en sus dudas, y llamándola familiarmente por su propio nombre, blanda y benignamente la persuade que no tema: No temas, dice, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios. Nada hay aquí de dolo, nada de engaño, no sospeches fraude, no receles alguna asechanza: no soy hombre, soy espíritu y ángel de Dios, no de Satanás. No temas, María, porque hallaste gracia en los ojos de Dios. ¡Oh, sí supieras cuánto agrada a Dios tu humildad y cuánta es tu privanza con El ¡ No te juzgarías indigna de que te saludase y obsequiase un ángel! ¿Por qué has de pensar que te, es indebida la gracia de los ángeles, cuando has hallado gracia en los ojos de Dios? Hallaste lo que buscabas, hallaste lo que antes de ti ninguno pudo hallar, hallaste gracia en los ojos de Dios. ¿Qué gracia? La paz de Dios y de los hombres, la destrucción de la muerte, la reparación de la vida. Esta es la gracia que hallaste en los ojos de Dios. Y ésta es la señal que te dan para que te persuadas que has hallado todo esto: Sabe que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Entiende, Virgen prudente, por el nombre del hijo que te prometen, cuán grande y qué especial gracia has hallado en los ojos de Dios. Y le llamarás Jesús. La razón y significado de este nombre se halla en otro evangelista, inter. pretándole el ángel así: Porque El salvará a su pueblo de sus pecados.

11. De dos leo que precedieron con el nombre de Jesús en figura de este de quien ahora tratamos; y ambos mandaron a los pueblos; de los cuales el uno sacó a su pueblo de Babilonia y el otro introdujo al suyo en la tierra de promisión. Y estos mismos sin duda defendieron de sus enemigos a los pueblos que gobernaban; pero, ¿por ventura, les salvaron de sus pecados? Mas este nuestro Jesús salva a su pueblo de sus pecados y le introduce en la tierra de los vivientes, porque El salvará a su pueblo de sus pecados. ¿Quién es éste, que también perdona los pecados? Ojalá que también se digne el Señor Jesús contarme a mí, pecador, en su pueblo para salvarme de mis pecados. Dichoso verdaderamente el pueblo de quien es su Dios este Señor Jesús, pues El salvará a su pue. blo de sus pecados. P ' ero recelo que muchos profesen ser de su pueblo, y que, sin embargo, El no los tenga por pueblo suyo; recelo que a muchos que parecen ser los más religiosos entre su pueblo, diga El mismo alguna vez: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Sabe el Señor Jesús los que son suyos, sabe los que escogió desde el principio. ¿Por qué me llamáis, dice, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo?¿Quieres saber si perteneces a su pueblo, o, más bien, quieres ser de su pueblo?. Haz lo que te manda en el Evangelio el Señor Jesús, lo que manda en la ley, lo que manda por los profetas, lo que manda por sus ministros que tiene en la Iglesia; obedece a tus prelados, que son vicarios suyos, no sólo a los buenos y modestos, sino a los que son ásperos y duros; aprende del mismo Jesús a ser manso y humilde de corazón; y serás de aquel verdadero pueblo suyo que El escogió por su heredad; serás de aquel estimable pueblo suyo a quien el Señor de los ejércitos bendijo diciendo: Tú eres obra de mis manos, y mi heredad, Israel; de quien, para que acaso no sigas al Israel carnal, asegura con su testimonio: Un pueblo que yo no había conocido se ha sujetado a mí; me ha obedecido al punto que oyó mi voz.

12. Pero oigamos lo que siente el mismo ángel de aquel a quien pone tal nombre aun antes de ser concebido. Dice, pues: Este será grande y será llamado hijo del Altísimo. Con razón se dice que será grande el que merecerá ser llamado hijo del Altísimo. ¿Por ventura no es grande aquel cuya grandeza no tiene fin? ¿Y quién es tan grande, dice, como nuestro Dios? Grande es enteramente el que es tan grande como el Altísimo, pues él también es Altísimo. No juzgará el hijo del Altísimo que es una usurpación en él ser igual al Altísimo. Con razón diremos que lo debía juzgar usurpación y robo en sí mismo aquel que, habiendo sido formado ángel de la nada, comparándose, lleno de soberbia, a su Hacedor, pretendía robar lo que es propio del Hijo de Dios; el cual, sin duda, según su forma y naturaleza divina, no fué hecho, sino engendrado de Dios. Pues Dios Padre Altísimo, aunque es omnipotente, no pudo, con todo eso, o hacer una criatura igual a sí mismo o engendrar un hijo que fuese desigual. Así hizo grande al ángel, pero no tanto como es El; y, por consiguiente, no le hizo altísimo. Solamente ni lo reputa usurpación ni lo tiene por injuria que el Unigénito, a quien no hizo, sino que engendró omnipotente, siendo El omnipotente; altísimo, siendo El altísimo; coeterno, siendo El eterno, se compare en todo a El mismo. Con razón, pues, será éste grande, pues será llamado hijo del Altísimo.

13. Pero ¿por qué dice que será, y no dice más bien que es grande el que, siempre igualmente grande, no tiene adonde crecer, ni después de su concepción ha de ser mayor que sea o haya sido antes? ¿Acaso se dice que será, porque El mismo, que era Dios grande, ha de ser grande hombre? Bien se dice, pues: Este será grande. Grande hombre, grande doctor, grande profeta. De El se dice en el Evangelio: Un profeta grande ha parecido en medio de nosotros ; y por otro profeta menor que él es prometido igualmente como un profeta grande que había de venir: Mira, dice, que vendrá un profeta grande y él mismo renovará a Jerasalén. Y tú, a la verdad, ¡oh Virgen!, darás a luz un párvulo, criarás un párvulo, darás de mamar a un párvulo; pero al verle párvulo, contémplale grande. Será grande, porque el Señor le engrandecerá delante de los reyes, de modo que todos los reyes le adorarán, todas las gentes, le servirán. Engrandezca, pues, tu alma también al Señor, porque será grande y será llamado hijo del Altísimo. Grande será y liará cosas grandes el que es poderoso y su nombre santo. ¿Qué nombre más santo que llamarse hijo del Altísimo? Sea también engrandecido por nosotros, que somos párvulos. el Señor grande, que, por hacernos grandes, se hizo párvulo. Un párvulo, dice el profeta, nació para nosotros y un párvulo nos han dado . Para nosotros, repito, no para sí; pues, nacido de su Eterno Padre más noblemente antes de los tiempos, no necesitaba nacer de una Madre en el tiempo. No para los ángeles tampoco, que poseyéndole grande no le solicitaban párvulo. Para nosotros, pues, nació, a nosotros nos le han dado, porque para nosotros era necesario.

14. Empleemos ya al que nació para nosotros y fué dado a nosotros en lo que es el fin por que nació y nos fué dado. Usemos del que es nuestro en utilidad nuestra, saquemos del Salvador la salud. He ahí que el párvulo está puesto en medio de nosotros. ¡Oh párvulo deseado de los párvulos! ¡Oh verdaderamente párvulo, pero en la malicia, no en la sabiduría! Procuremos hacernos como este párvulo, aprendamos de El a ser mansos y humildes de corazón; no sea que el grande Dios se haya hecho sin fruto hombre pequeño, no sea que en balde haya muerto, no sea que inútilmente haya sido crucificado por nosotros. Aprendamos su humildad, imitemos su mansedumbre, apreciemos su amor, tomemos parte en sus penas, lavémonos en su sangre. Ofrezcámosle a El mismo como víctima por nuestros pecados, pues para esto nació y nos fué dado a nosotros. Ofrezcámosle a los ojos de su Padre, ofrezcámosle a los suyos mismos, porque el Padre no perdonó a su propio Hijo, sino que por nosotros le entregó; y el mismo Hijo se abatió hasta tal extremo, que tomó la forma de esclavo. El mismo entregó su vida a la muerte y fué puesto en el número de los malhechores; y El mismo llevó sobre sí los pecados de muchos y oró por los violadores de la ley para que no pereciesen. No pueden perecer aquellos por quienes el Hijo ruega que no perezcen, por quienes el Padre entregó su Hijo a la muerte para que vivan. Debemos esperar el perdón de ambos igualmente; en los cuales es igual la misericordia en su piedad, igual en la voluntad el poder; una misma substancia en la deidad; en la cual, juntamente con el Espíritu Santo, vive y reina Dios por los siglos de los siglos. Amén.