María tuvo paciencia.

 

Padre Tomás Rodríguez Carbajo

 

 

La paciencia se enraíza en la fe, se desarrolla en el amor y tiene como fruto la paz.

Se conoce que una persona tiene paciencia, cuando no pierde la calma en la adversidad y aguanta la contradicción.

La paciencia, como virtud que es, supone una lucha en su consecución, no es producto del azar, ni de un grupo de privilegiados, sino la conquista lenta, pero constante de un autodominio una gran tranquilidad sin alteraciones ni depresiones.

La paciencia purifica a todas las virtudes, les hace ver y juzgar a las personas, al mundo, a los acontecimientos a la luz de la fe, y por tanto con visión optimista, les ayuda a esperar tiempos mejores, no nos deja desesperarnos en los vaivenes y contrariedades del momento presente. María no se impacientó con Dios, cuando todos sus planes se le vinieron abajo, porque no coincidían con los que Dios había programado. En vez del “pataleo”, o berrinche como niños consentidos por no “salirse con la suya”, pone en activo su fe consecuente, llegando a decir las palabras llenas de una gran confianza en el Señor: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc. 1, 37)

Ante las órdenes de la autoridad reacciona con una gran espíritu de obediencia, y se pone en camino acompañada de José; siendo los dos justos no cabe en ellos la murmuración o mal querer contra la autoridad, sino resignación y acatamiento. Tenían presente que el que manda se puede equivocar, no así quien obedece.

Ante los habitantes de Belén sabe callarse el misterio.

Ante sus vecinos de Nazaret quiere pasar desapercibida.

Ante los soldador, que impiden que se acerquen familiares junto a las cruces, María sólo muestra sus credenciales de dolor, aguardando en silencio el momento de acercarse junto a la cruz de Jesús.

Ante los discípulos huidizos tiene palabras de acogida y aliento.

La paciencia de María, como virtud humana, nos manifiesta un corazón magnánimo; como virtud cristiana, es una cristalización de su amor.