Ave
María
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
“Ave”
fue la primera palabra dirigida por Gabriel a María e indudablemente es la
primera que también dirige un cristiano a su Madre María.
Este
pregón del cielo ha tenido resonancia a través de toda la historia.
Es
el principio de un saludo muy español, que se repetía en momentos y
lugares muy distintos, se empleaba por el pobre al pedir limosna por las
puertas, por el penitente al comenzar su confesión, por el forastero,
vecino o conocido que pedía permiso para entrar en algún recinto.
Como
pie de una imagen o como letrero recordatorio, ocupa un puesto en descansos
de escaleras, en entradas o salidas de muchas casas.
La
profecía que María se dijo de sí misma la vemos cumplida al ser en todas
lenguas así saludada. Una muestra de esta realidad lo vemos en Rafat, cerca
de Nazaret, en donde está esculpida en piedra en 150 lenguas.
Ha
calado tan hondo en el alma del cristiano que ha querido inmortalizarla el
arte en sus distintas ramas, en pintura, escultura y música.
¡Qué
pegadiza es al oído el Ave de Lourdes y el de Fátima¡ en qué procesión
mariana no se repite este saludo a María!
Un
poeta del s. XV, Hernán Pérez de Guzmán, nos recomienda que asiduamente
la tengamos en nuestros labios:
“De
tu boca aquella prosa
que
repite Ave María
no
se aparte noche y día”.
Oteando
horizontes como desde la campana que hay sobre el edificio del Ayuntamiento
de Cádiz, en cuyo interior hay esta inscripción “Ave María, gracia
plena”, o subiendo del profundo del corazón del hombre, esta salutación
gozosa es una oración, al mismo tiempo que una profesión de fe y de amor.
Esta
jaculatoria puede estar a flor de labios al encontrarnos con una imagen de
la Señora. Qué pronto se dice y cuanto bien nos hace el repetir: “Ave
María”.
|