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Maria
en lo ordinario
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
A
veces nos viene el pensamiento de que para pasar por la vida y dejar huella
tenemos que hacer una gesta, algo maravillosos y extraordinario.
Si
entendemos por heroísmo hacer algo singular, llamativo, arriesgado,
que pocos se atreven a hacerlo, tal vez no nos apuntemos en la lista de este
tipo de héroes, pues, la componen un grupo muy reducido de personas; pero
si por heroísmo entendemos la constancia en el cumplimiento de nuestro
deber de una manera sencilla, oculta la mayoría de las veces, alegre, sin
ser víctima de la monotonía, que carcome o al menos adormece la vitalidad
de todo lo bueno y bello, entonces sí podemos anotarnos con los componentes
de este grupo, ya que con un esfuerzo constante de nuestra parte, lo podemos
conseguir.
Los
dos tipos de heroísmo tiene adeptos, uno está reservado para un reducido número
de personas, que al mismo tiempo que tiene arranque para hacer algo grande,
tiene oportunidad de demostrarlo. El otro tipo es menos llamativo, más al
alcance de todos y es constante la oportunidad que se presenta y no se puede
perder.
María,
la mujer única por lo que Dios
le dio y por lo que Ella correspondió, nos da ejemplo de los dos
tipos de heroísmo. Ella aceptó el puesto único de ser Madre de Jesús,
pero también tuvo el coraje y valentía de no claudicar en hacer bien las
cosas ordinarias de la vida, desde las labores domésticas (no siempre bien
valoradas) hasta la ayuda ordinaria de prestar servicios a aquellos que los
necesitaban bien fuesen vecinos o parientes lejanos.
Lo
grande de las almas nobles es el hacer extraordinariamente bien las cosas
ordinarias, corrientes y comunes, pues, son conscientes de que Dios no
valora las obras por la magnitud de las mismas, sino por el amor, que se
pone al hacerlas, y esto ya depende totalmente de nosotros.
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